Lynette Wehner, excatólica, Estados Unidos
Descripción: Cómo una maestra católica estadounidense, espiritualmente insatisfecha, encontró la realización y la dirección a través de su nuevo trabajo en una escuela musulmana.
- Por Lynette Wehner
- Publicado 14 Apr 2014
- Última modificación 14 Apr 2014
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Mi nuevo trabajo en la escuela islámica fue recibido con reserva por parte de mi familia cristiana. “Solo asegúrate de no convertirte”, me dijo mi suegro en esa época, cuando se enteró de ello. Mi suegra estaba intrigada por la idea de estar rodeada de algo “exótico”. Yo luchaba con el hecho de que quería trabajar en esa escuela. Aunque tendría mi propio salón de clases (algo que deseaba con desesperación), estaría solo tiempo parcial, y se me exigía que vistiera de manera islámica (incluso cubriendo mi cabello). Este concepto era muy extraño para mí. Me debatí conmigo misma durante un día o dos, hasta que decidí completar mi primera tarea docente en esta escuela. Estaba abierta y decidida a que sería una experiencia enriquecedora para mí. ¡Y sí que lo fue!
El primer día, a las nuevas profesoras “no musulmanas” nos dieron una clase sobre la pañoleta o velo islámico, por parte de una hermana, en el salón de maestros. Nos reíamos mientras intentábamos diferentes estilos. Aún recuerdo haber estado bastante relajada esa mañana, y fue durante dicho evento que me di cuenta de que siempre había creído que los musulmanes eran gente severa y seria. Es extraño cómo uno puede mantener ciertos estereotipos sobre personas sin siquiera conocerlas. ¡Taché un concepto errado!
Durante mi primer año de enseñanza aprendí muchas cosas. Estaba muy impresionada con la forma en que mis estudiantes conocían mi religión (cristianismo), incluso mejor que yo. ¿Cómo sabían las historias? Mis estudiantes siempre me hacían preguntas sobre mis creencias, y me hacían pensar. ¿En qué creía yo realmente?
Fui criada católica, y de adulta comencé a alejarme de ello. No sé qué fue lo que me hizo sentirme incómoda con ello, pero sabía que algo no andaba bien. Me aventuré un poco en el cristianismo del tipo nueva era, pero eso no me cayó bien tampoco. Solo sabía que quería conectarme con Dios. No quería que mi religión se convirtiera en algo que sentía que tenía que hacer para ser considerada una “buena persona” ante los ojos de mis parientes (como era el caso de mi esposo). Quería sentirla en mi corazón. Mirando hacia atrás, estaba perdida, pero no lo sabía en ese momento.
Los niños siempre serán niños, y mis estudiantes musulmanes no eran diferentes. Dejaban sus libros en mi salón de clases en lugar de llevárselos a la casa. Esta fue una bendición disfrazada, ya que comencé a leer esos libros después de clases. Mucho de ello tenía sentido. Para ayudarme con esos temas, una hermana y un hermano estuvieron más que felices de responder todas mis preguntas, ¡y yo tenía muchas! Discutíamos sobre Islam y religión durante horas. Fue muy estimulante intelectualmente, y yo estaba emocionada con ello. Sentía que había encontrado lo que estaba buscando. Había una paz que se extendía lentamente sobre mi corazón.
Por esa época, comencé a leer el Corán en mi casa. A mi esposo de ese tiempo (me he divorciado de él) no le gustaba mi interés en el Islam. Cuando leía el Corán, lo hacía en privado sin que él supiera. Al comienzo, sentía que estaba haciendo algo blasfemo. Recuerdo haber temido mucho que Dios se enojara conmigo. Me dije a mí misma: ¿Cómo puede un libro distinto de la Biblia provenir de Dios? Traté de escuchar a mi corazón, y éste me decía que leyera. Algunos de los pasajes del Corán se sentían como si hubieran sido escritos para mí. Me encontré a mí misma sentada allí llorando muchas veces. De repente, me sentí en paz, aunque confundida. Había algo que me impedía aceptarlo completamente con entusiasmo.
Después de meses de leer, hablar con la gente, y de mucha búsqueda del alma, se produjo un acontecimiento que considero fue el factor determinante para que me convirtiera en musulmana. Estaba de pie en la habitación de mi hijo intentando rezar. Tenía un libro sobre Islam abierto en el capítulo “cómo rezar”. Estaba allí, parada, en conflicto conmigo misma. No solía rezarle directamente a Dios. Toda mi vida se me había enseñado a orarle a Jesús, quien luego le diría a Dios mi plegaria (o algo similar). Tenía mucho miedo de estar haciendo algo malo. No quería que Jesús se enojara conmigo. En ese momento, me sentí como golpeada por una ola gigante. ¿Realmente pensaba que Dios se enojaría conmigo por querer estar más cerca de Él? ¿Realmente creía que Jesús estaría enojado conmigo por tratar de acercarme a Dios? ¿Acaso no es eso precisamente lo que él quiere que haga? Dios conoce mis intenciones. Hasta el día de hoy, creo que fue Dios hablándome, así de fuerte fue el sentimiento y la voz dentro de mi cabeza. ¿Qué tenía que temer? ¿Cómo podía NO convertirme al Islam? En ese momento, comencé a llorar y llorar. Era lo que necesitaba escuchar. Supe en ese instante que me había convertido al Islam. Eso se sentía bien, y nada más importaba.
Después de hacer mi shahada frente a toda la escuela, fui una persona nueva. Nunca más volví a tener esa sensación de “a dónde pertenezco y qué es lo que creo”. Se había ido. Sabía que había tomado la decisión correcta.
Nunca he estado tan cerca de Dios como lo he estado desde que me hice musulmana. Alhamdu lil-lah, soy muy afortunada.
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