Iman Yusuf, excatólica, Estados Unidos (parte 4 de 4)
Descripción: Cómo le llegó la guía en los primeros días de haber abrazado el Islam.
- Por Iman Yusuf
- Publicado 30 Jan 2017
- Última modificación 30 Jan 2017
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Un hombre caminó hacia mí, hablando en un idioma extraño. Después supe que había dicho "ma sha Al-lah, ma sha Al-lah", mientras se acercaba y tomaba a mi hija de mis brazos. "¡Qué hermosa es!", exclamó, y procedió a presentársela a los otros hombres.
Por alguna razón no sentí miedo de que esta persona extraña tomara a mi hija. Él la sentó sobre un escritorio y le entregó lapiceros, lápices y una grapadora (todo lo que creyó que pudiera divertirla, mientras reía y trataba de hacerla hablar). Los demás se reunieron alrededor de ella, y finalmente Abdul Hamid vino a saludarme. Le ofrecí mi mano, pero fingió no verla (yo todavía tenía mucho que aprender acerca de la etiqueta islámica entre los dos sexos) y comenzó a preguntarme cómo había descubierto el Islam. Le hablé un poco acerca de Áhmad el nigeriano, y él procedió a explicarme las bases del Islam.
Pasó por lo menos una hora, luego me entregó una copia del Corán y me pidió que la llevara a casa y tomara una ducha antes de abrirla, de inmediato, accedí. Me dijo que pronto sería el momento de la oración, así que debía prepararse para ella. Le di las gracias, pero tenía una última petición: quería observar la oración. Habiendo estado casada con un ateo, por alguna razón estaba muy interesada en observar cómo rezaba este hombre. Siempre sentí que un hombre no es un hombre de verdad a menos que Le orara a Dios.
Abdul Hamid me dijo que podía observar la oración desde la parte trasera de la mezquita, pero que por favor no hiciera ningún sonido. Le agradecí de nuevo y bajé las escaleras para ubicarme atrás en un lugar vacío decorado solo con hermosas y exuberantes alfombras y un nicho en la pared. Ese nicho, aprendí, marcaba la dirección de la oración.
Mientras observaba a los hombres entrar, me sorprendió un fuerte sonido, era el llamado a la oración. ¡Al‑lahu ákbar, Al‑lahu ákbar! Mientras lo escuchaba, era como si corriera agua helada por mis venas, como si todo mi ser fuera despertado por aquel fuerte y magnífico llamado. Aunque no entendía una sola palabra, sentía que me hablaba directamente. Mis ojos se llenaron de lágrimas y comencé a temblar, crucé mis brazos y me abracé a mí misma, en un intento por calentarme y calmarme.
Las lágrimas fluyeron mientras observaba cómo los hombres se inclinaban por primera vez, y luego se prosternaban en oración, justo como yo lo había hecho hacía mucho tiempo en aquel día soleado en mi habitación. Estaba asombrada, estaba emocionada más allá de las palabras. Más que eso, ¡estaba en casa!
Durante las siguientes semanas, conocí más musulmanes en la mezquita y tomé lecciones de Islam. Comencé a coser ropa islámica para mí, aunque solo la usaba en mi dormitorio cuando trataba de rezar sola.
Comencé a cambiar, dejé de beber alcohol y me negué a comer cerdo. Mi personalidad cambió, me volví más tranquila y calmada, estaba en paz. Mi madre me preguntó sobre el cambio en mí, creía que estaba deprimida, "ya no te ríes", me dijo. Traté de explicarle que estaba muy feliz, solo que de una manera más tranquila.
Finalmente, hallé el valor de contarle sobre el Islam. Incluso le mostré las ropas que había hecho y le modelé un traje. Se puso furiosa, odió esa ropa de inmediato. Mi madre siempre fue una mujer que vive a la moda, ridiculizó la simplicidad de mi ropa y el hecho de que era suelta, pensaba que parecían simples sacos. Sus comentarios desagradables me lastimaron, pero no pudieron disuadirme. Nada me separaría del Islam.
Mi última Navidad antes de decir mi Shahada fue una pesadilla. Incluso en aquella época, yo sabía que esa era la forma en que Al‑lah me sacaba de la oscuridad de las falsas creencias, sin que me quedaran buenos recuerdos de ella. Aún así, fueron tiempos difíciles.
Mi madre estaba enojada conmigo por no participar en la festividad, y mi hermano, borracho como siempre, destruyó algunas de mis pertenencias en un ataque de rabia, e incluso amenazó con matarme.
Anteriormente, había entrado a mi habitación y me había visto vestida con ropas islámicas. A pesar de no ser religioso (ni siquiera iba a la iglesia), también estaba furioso con respecto a mi decisión de hacerme musulmana. Mientras más se enfurecía, más segura estaba de estar haciendo lo correcto. Simplemente no quería seguir viviendo las vidas que ellos llevaban.
Después de unos meses, hice mi testimonio de fe. Un viernes por la noche, en primavera, me hice musulmana. De forma agradecida y humilde, acepté el regalo del Islam.
Mi madre me insistió en que me fuera de la casa. Pero Al‑lah, en Su infinita misericordia, había dispuesto un hogar para mí. En la noche en que hice mi Shahada, un egipcio que atestiguó mi conversión me propuso matrimonio.
Mi walí (guardián), el hombre que había tomado a mi hija de mis brazos en mi primera visita a la mezquita, pidió mi opinión. Lo único que me interesaba era que fuera un buen creyente, y mi walí ya había comprobado que lo era.
En apenas diez días ya me había casado y estaba viviendo con mi hija en un nuevo hogar con mi nuevo esposo. Él crio a mi hija como si fuera suya y, Alhamdulil‑lah, tuvimos dos hijos después de eso.
Ya han pasado 26 años desde que fui bendecida para llevar mi vida como musulmana. Los años han pasado muy rápido, no siempre han sido fáciles, pero han sido bendecidos.
Al‑lah pone a prueba a quienes ama, pero Él dice en el Corán: "Con la dificultad viene la facilidad", y se ha demostrado que es cierto.
Entre tanto, mi madre (que se separó de mí durante muchos años) está viviendo ahora conmigo en un país musulmán y viste el hiyab voluntariamente. Tengo esperanzas de que también aceptará el Islam pronto, in sha Al‑lah (si Dios quiere).
A pesar de los tiempos difíciles, no puedo imaginarme viviendo mi vida de otro modo. Agradezco a Al‑lah por cada día de misericordia, de Su guía, y por este viaje milagroso de la oscuridad a la luz del Islam.
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