Stephanie, excatólica, Suráfrica (parte 5 de 6)
Descripción: Su Jihad y su alegría.
- Por Stephanie
- Publicado 13 Jul 2015
- Última modificación 13 Jul 2015
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Me fui a casa, llorando de alegría. Telefoneé a la hermana de la señora con la que había hablado (lo hice nerviosa, cuando sentí que mi mamá no debía escuchar) y me puse cita con ella, quien pasó a recogerme a la semana siguiente, el viernes, y al día siguiente ya tenía yo la suficiente confianza para hacer la shahada si se daba la ocasión. Como sabía que ya no podía dar marcha atrás, recé para tener fuerza en los tiempos por venir…
Fue muy difícil, porque cuando fui a la iglesia ese domingo me sentí un poco culpable y tuve miedo de estar obrando mal; y como todos los que conozco son cristianos y tienen conceptos errados sobre el Islam, no tuve mucho apoyo que digamos. Aparte de pensar equivocadamente que el Dios de los musulmanes es distinto al Dios de los cristianos, alguien en mi familia también creía que los musulmanes le rezaban y adoraban a Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él). No es de sorprender que yo tuviera miedo de contarles, pero Dios me dio la fortaleza poco después.
Después de ese día bendito en que decidí confiar en Dios Todopoderoso, estaba muy tensa y agitada todo el tiempo, pues sabía que era un gran paso y temía lo que mis padres pensarían al respecto. Para admitir la verdad, también estaba muy impaciente por dar ese gran paso después de que decidí que quería hacerlo. ¿Por qué esperar? ¿Qué pasaría si me moría antes de tener la oportunidad de revertirme? Así que llamé por teléfono al hombre de la tienda y le pregunté si él y otra persona podían servirme como testigos para hacer la Shahada. Después de dos retrasos (enviados por Dios para enseñarme paciencia) me encontré con él, su esposa y su hijo menor en un auto en un centro comercial por la noche, tres días después. La razón para este extraño lugar de reunión fue que yo podía ir allí sin mis padres (ya que yo no podía conducir). Me senté en su auto y ellos me explicaron algunas cosas y me regalaron algunos libros antes de que yo pronunciara la Shahada (el testimonio de fe). Al principio, se me hacía un nudo en la garganta, incluso hoy en día, cuando hago memoria y vuelvo al momento en que me hice musulmana, me río al pensar que abracé el Islam en un estacionamiento. ¡Qué metáfora para mi viaje, por fin había encontrado un lugar para estacionar! Esto fue el 22 de febrero de 2011, es decir, el 18 de Rabi-ul-Awwal de 1432. ¡¡¡Qué día más glorioso!!!
Jihad y alegría
Cuando llegué a casa, aún no había digerido todo el asunto. Las pruebas comenzaron en cuanto entré en mi casa, casi tengo problemas con mis padres por haberme demorado tanto, pues ya el sol se había puesto. Me disculpé con ellos tratando de cubrir mis miedos, pero pronto tendría que decirles gradualmente, y así lo hice esa misma noche.
Primero hablé con mi madre, pero no le conté que ya era musulmana, solo le dije que estaba en proceso de aprender sobre el Islam, y que no le había dicho antes por temor a lo que pudiera pensar. Ella actuó del mismo modo que lo hizo cuando me hice católica: no lo aprobó, pero me dijo que ya tenía edad suficiente para decidir por mí misma, que solo debía tener cuidado. Al principio, dijo: "No, no, no, Stephanie, no, no…". Pero después que le aclaré algunas cosas sobre el Islam intentando ayudarla a superar sus conceptos errados, y de explicarle que seguiría siendo la misma persona y seguiría amándola como su hija, ella se calmó. Ella podía ver cuán seria era yo al respecto. Sentí pena por ella, fue demasiado para que lo recibiera de un solo golpe. Mi padre se disgustó: "Puedes vestirte como ellos, pero tomar una religión totalmente diferente…". Fue algo duro, porque siempre lo vi como alguien de mente abierta.
Asistí por primera vez a la mezquita seis días después de mi reversión, y fui bienvenida cálidamente a la familia del Islam por el Imam. Rezar por primera vez con los demás en comunión, siendo liderada por el Imam, fue una experiencia increíble, aunque al principio estaba muy nerviosa.
Al principio luché con dudas acerca de mi juicio respecto a regresar al Islam. Una semana después de mi reversión, comencé a aprender en la madrassah, y empecé a sentirme abrumada con toda esa cantidad de cosas nuevas para aprender y este nuevo cambio en mi vida, y antiguos sentimientos de depresión (que me han atacado en cada gran cambio por el que he pasado) regresaron. ¿Cómo lo lograría como musulmana? ¡El Islam es tan extraño en mi entorno! ¿Y cómo les explicaría a mis padres que ya no podía volver a comer jamón, tocino ni cerdo nunca más? ¿Y por qué tengo que lavar los utensilios antes de utilizarlos? ¿O por qué nuestro perro es "impuro" y ya no puedo aceptarlo en mi habitación? Una nueva sensación de aislamiento amenazó con entrar sigilosamente. Me preocupaba mi vida espiritual. ¿Cómo podría conectarme con Dios si ni siquiera entendía las oraciones en árabe? El "Dios musulmán" parecía demasiado formal y distante en comparación con el "Dios cristiano" personal, familiar y representado en imágenes, aun cuando fueran el miso Dios. Estaba acostumbrada a estar rodeada de crucifijos e imágenes de Jesús, María y los santos católicos, con los que solía conversar, y ahora mi cuarto tenía las paredes vacías. Era atemorizante.
Vinieron más pruebas con mis seres queridos. Recibí una llamada telefónica de mi exmadrina. Luego recibí correos electrónicos de un viejo grupo virtual católico al que pertenecía, y de mi antiguo sacerdote, quien me dijo que me estaba esperando en la iglesia un certificado de que yo había recibido entrenamiento como sacristán. La Superiora del convento en el que había estado también le escribió a mi madre diciéndole que rezaba para que yo no perdiera mi fe católica. Cuando les conté a los del grupo virtual que me había revertido, la Superiora trató de evangelizarme de nuevo diciéndome que Jesús (la paz sea con él) había sido crucificado y que ahora yo lo había crucificado de nuevo. No me sorprendió que tratara de hacerme sentir culpable, pues ya lo habían intentado otros dos también, pero eso me seguía haciendo sentir muy mal. Necesité dos días para reunir el valor de escribirle a mi sacerdote, y él supo apreciar ese valor, aunque me dijo que era difícil para él como católico devoto entender por qué me había revertido. Afortunadamente, nos separamos amistosamente. Mi hermana también se enteró, por mi mamá, que yo me había vuelto musulmana y quedó atónita, pero pareció aceptarlo cuando le escribí para explicarle (me resultó obvio en ese momento que mi mamá supiera que yo ya había dejado la Iglesia Católica, lo que me hizo sentir aliviada, ahora podía admitir frente a ella que era musulmana). Fue difícil para mi hermana también, pero seguimos en una buena relación, Alhamdulil-lah. Cuando me revertí, fue mi decisión no hablar todavía sobre religión con mi familia, sino simplemente ser una hija/hermana/tía para ellos. Eso es lo que les aconsejo a todos los conversos: ¡Sé tú mismo!
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