Iman Yusuf, excatólica, Estados Unidos (parte 3 de 4)
Descripción: Las fases de cuestionamiento le abrieron las puertas a la religión verdadera.
- Por Iman Yusuf
- Publicado 30 Jan 2017
- Última modificación 30 Jan 2017
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Mi madre estaba muy ocupada con los preparativos de la celebración y, de alguna manera, en el exterior los días pasaban pacíficamente, pero en mi mente no olvidaba ni por un instante mi búsqueda para encontrar mi religión.
Después del Día de Acción de Gracias, comenzó la ronda usual de fiestas de Navidad, y una amiga me invitó a una reunión de estudiantes universitarios en un restaurante local. Éramos un grupo grande, y en la cena resulté sentada junto a un hombre de Nigeria, que estaba haciendo su grado doctoral en la Universidad de Pittsburgh.
Yo estaba fascinada con su forma de vestir (un traje nativo nigeriano), con su cabeza cubierta en lo que parecía una versión más grande de un yarmulke judío. Tenía una cara amable y una sonrisa brillante, y comenzamos a hablar sobre los estudios.
Cuando llegó el momento de ordenar la cena, le pregunté si podía ayudarle con el menú: "No como cerdo ni alcohol", me explicó, y yo asentí de buen agrado. Después de ordenar nuestros alimentos, le pregunté por qué no consumía cerdo ni alcohol, "debido a mi religión", me respondió sonriendo. "¿Y qué religión es esa?", me pregunté en voz alta; "soy musulmán", contestó.
Las luces, las campanas y los silbidos se apagaron en mi cabeza. Esa era una religión de la que jamás había escuchado, estaba ansiosa de saber más. Ya había buscado y estudiado todas las creencias bajo el Sol, sabía exactamente qué preguntar: "Dime, por favor, si no te incomoda, ¿cuál es la principal creencia de tu religión? ¿Cuál es ese punto único que describe de la mejor forma tu religión?". Sin dudarlo un instante, sonrió de nuevo y me dijo: "Creemos que solo hay Un Único Dios. Dios no es parte de una trinidad ni tiene hijos. Tampoco tiene asociados ni copartícipes. Dios es Uno y Único".
Sonaba muy simple, y yo no tenía problema con eso. Le dije que eso tenía sentido para mí, y me sonrió de nuevo. Entonces le pregunté cómo veía a las mujeres su religión. ¿Cuál es su estatus según sus creencias? Habiendo sufrido como mujer en una sociedad donde mi religión proporcionaba poca guía (o respeto) a las mujeres, contuve el aliento esperando su respuesta. ¡Quería escuchar algo que me satisficiera!
Una vez más, él tenía una respuesta rápida: "Las mujeres en el Islam son iguales a los hombres. Ellas tienen básicamente el mismo estatus y obligaciones que los hombres, y también tienen las mismas recompensas y castigos. Sin embargo, ser iguales no significa que seamos lo mismo. Hombres y mujeres fuimos creados de manera diferente uno del otro. Somos iguales pero distintos".
Quería saber cómo se manifestaban esas diferencias. Me respondió: "Por ejemplo, en el matrimonio, mientras una mujer musulmana tiene muchos derechos (quizás más que el hombre) para que se le proporcione todo lo que necesita, ella también debe obedecer a su marido". "¿Obedecer al esposo? Mmmmm. ¿Qué significa eso?". Él comenzó a reír, estaba claro que ya había estado en esa situación antes. Me explicó con paciencia: "Significa que, si hay que tomar una decisión por el bien del matrimonio o de la familia, si bien el esposo debe consultar a su esposa y conocer su opinión, la decisión final es de él. Míralo de este modo: si un matrimonio es un barco navegando en el mar, el barco solo puede tener un capitán que es el responsable último del bienestar de la embarcación. Un barco con dos capitanes se hundirá".
Se acomodó en su silla y esperó mi respuesta. No podía pensar en ningún argumento contra lo que me había dicho, tenía sentido para mí. Siempre sentí, en lo profundo de mi ser, que el esposo debe tener la responsabilidad última para con la familia. Estaba complacida (más que complacida, en realidad), y la felicidad lentamente se convirtió en júbilo a medida que le hacía más preguntas y me entusiasmaba más con el Islam.
Todo lo que me dijo tenía sentido. Y en medio de la alegría y paz extremas que sentía, también me pregunté: ¿Cómo es que nunca conocí el Islam antes? Subhán Al‑lah, todo ocurre en el tiempo de Dios.
Le pregunté cómo podía aprender más acerca de esta religión, y él amablemente se ofreció a ponerme en contacto con los musulmanes de su mezquita, quienes me darían un Corán y responderían todas mis preguntas. Tomó mi número telefónico y prometió llamarme. Yo estaba extática, ¡no podía esperar! Era viernes, 3 de diciembre de 1982.
El siguiente lunes por la mañana me encontré en los escalones de la biblioteca local, esperando a que abriera. Tomé todos los libros que encontré sobre el Islam, que tristemente eran pocos en aquella época, y no todos eran muy precisos, pero no me di cuenta de ello en ese momento.
Cuando abrí el primer libro, la introducción comenzaba diciendo: "El Islam es la sumisión a la Voluntad de Dios…". ¡Increíble! Ahí estaba la palabra "sumisión", exactamente la palabra que yo había utilizado antes de saber nada al respecto. Solo sabía que se requiere una sumisión total a Dios si se quiere obtener paz. En ese mismo instante supe que había encontrado la verdad. Devoré los libros y esperé impaciente a que Áhmad (el hombre nigeriano) me contactara de nuevo, y él cumplió su palabra.
Me dio el número telefónico de la mezquita y un nombre de contacto. Temblando de emoción, marqué el número rogando que alguien me contestara. Y alguien lo hizo. El hombre que contestó mi llamada dijo, con cierto acento extranjero, que la persona por la que yo preguntaba no se encontraba en el momento. Sin temor, le expliqué que estaba muy interesada en aprender más sobre el Islam. De inmediato me dio la bienvenida y me dio la dirección de la mezquita, invitándome a ir enseguida a hablar con él y recibir una copia del Corán. Yo estaba emocionada más allá de las palabras. Hice una cita para más tarde ese mismo día, y con mi hija nos preparamos ansiosamente para asistir a la reunión.
Ahora me río al pensar en mí misma ese día. Quería tener la mejor apariencia, así que me puse un traje de pantalón, ricé mi cabello, me apliqué maquillaje y perfume, y vestí a mi nena de un año con su traje más lindo.
Sabía que nos embarcaríamos en una nueva vida. Mi hija y yo, juntas, ¡éramos un equipo! Cuando llegué y entré al edificio, la primera persona con que me encontré fue una mujer musulmana que vestía niqab, la encontré exóticamente foránea y hermosa, le dije que tenía cita con un hombre llamado Abdul Hamid.
Ella me invitó cordialmente hacia una escalera. "Él se encuentra en la oficina arriba de las escaleras", me dijo en perfecto inglés, lo que me sorprendió. Todavía me faltaba aprender que el Islam no es una religión "extranjera", sino que es la religión de mayor crecimiento en todo el mundo. Había muchas cosas que todavía desconocía, pero una cosa sí tenía por cierta, estaba segura de estar en el camino correcto.
Cuando entré a la oficina, todas las cabezas voltearon hacia mí, y entonces, todas las miradas bajaron. Nadie me miró a los ojos. ¡Pero todos comenzaron a sonreír! Sonrisas cálidas, felices y sinceras.
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