Melissa Riter, excristiana, Estados Unidos
Descripción: Dedicó alrededor de 27 años de su vida en búsqueda de la verdadera religión. Aquí relata cómo halló, finalmente, el Islam.
- Por Melissa Riter
- Publicado 21 Aug 2017
- Última modificación 21 Aug 2017
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Fui criada en una familia tristemente disfuncional. Mi padre era antirreligión (estaba en contra de todas las religiones) y mi madre era miembro no practicante de la Convención Bautista del Sur. Para el lado paterno de mi familia, la religión era algo ridículo si uno estaba "bien", y algo a adoptar cuando uno estaba borracho o drogado. Del lado materno de mi familia, la religión se "entendía" pero nunca se hablaba de ella. Mi abuelo materno había sido ministro de la Convención Bautista del Sur en una época, pero la fe era algo solo para los sermones de los domingos.
A una edad muy temprana (a los nueve o diez años) comencé a tener interés en ir a la iglesia. Se me permitió ir a la Escuela Bíblica Vacacional durante el verano con tal de que no molestara a mis padres, y se me permitió asistir a la iglesia los domingos siempre que dieran allí almuerzo después del servicio. Aprendí canciones como "Jesús me ama" y "esta pequeña luz mía". Fue bueno mientras fue divertido. Pero cuando llegué a la edad de 12, mi padre comenzó a prohibirme que fuera a la iglesia. Las lecciones de la escuela dominical eran demasiado serias, pues yo había comenzado a aprender acerca de moral. ¡No bebas! ¡No fumes! ¡Aléjate de las drogas! ¡Nunca divulgues lo que ocurre entre esposos! Yo llevé esa moral a la casa y traté de enseñársela a ellos. Ahí fue cuando la iglesia quedó prohibida. Afortunadamente, había aprendido lo suficiente para fortalecer mi deseo de aprender más.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 12 años y medio de edad. Me quedé con mi madre y ahí comenzó mi búsqueda de la religión verdadera. Comencé a asistir a la iglesia pentecostal todos los domingos. Aprendí cómo vestirme (nada de pantalones, ni maquillaje, no cortes tu cabello) y cómo cantar. Aprendí cómo citar la Biblia y cómo adorar a Jesús. ¡Que Dios me perdone! La idea de la misericordia de Dios era intrigante, era la primera vez que aprendía una lección realmente importante en mi búsqueda de guía. Mientras más profundizaba en ello, más descubría que había algo fundamentalmente errado en ese concepto. Según esta creencia, yo era salva sin importar lo que hubiera hecho, ¡y no podía ir al Infierno! Esto no parecía correcto; además, si así fuera, la Biblia no hablaría acerca del castigo de nuestros pecados, ni habría mandamientos que debiéramos cumplir. ¿Cuál era el incentivo?
Dejé esa iglesia y comencé a estudiar otras creencias. Me quedé con las religiones monoteístas por puro instinto. Sabía en lo profundo que Dios era la clave y que Jesús tenía que encajar en alguna parte. Estudié el judaísmo, pero el hecho de que rechazaran a Jesús por completo hizo que descartara rápidamente esa religión. Pasé entonces por diferentes denominaciones cristianas. Intenté con los bautistas, pero no hay misericordia allí. ¡Si cometes cualquier error, te vas al Infierno! No hay oportunidades ni esperanzas. Estudié el catolicismo, pero el asunto de rezarles a los santos (incluyendo a María, que Dios la bendiga) no me parecía correcto. Los metodistas y los presbiterianos tampoco fueron de mucha ayuda. Finalmente, regresé a las iglesias pentecostales, por la única razón de que ellos ofrecían esperanza de redención.
Había dos grandes preguntas que me mantuvieron confundida durante mucho tiempo. La primera era que, si Jesús era el hijo de Dios, ¿cómo podía ser también Dios? La segunda era similar a la primera: Si Jesús era Dios, ¿a quién le estaba rezando en el Jardín de Getsemaní? Le hice esas dos preguntas a mi pastor y me dijo: "Si haces esas preguntas, irás al Infierno por falta de fe". ¡Quedé estupefacta! Citando a Galileo: "No me siento obligado a creer que el mismo Dios que nos ha dotado de sentido, razón e intelecto, quiera que renunciemos a su uso". Abandoné la iglesia pentecostal para nunca volver.
A los 19 años, le abrí la puerta a un par de misioneros mormones. Mi búsqueda por la religión verdadera se reinició. Los dejé entrar y comencé enseguida los estudios. ¡Ahí había una religión que tenía sentido! Me dijeron que Jesús y Dios no eran el mismo personaje, y que quienes se esfuerzan realmente en vivir la verdadera religión, serían recompensados con el Paraíso, y que quienes cometen grandes errores, pero mantienen la fe, solo serán castigados por un tiempo. El Infierno no es eterno para los creyentes. Me hablaron sobre los profetas, y cómo Moisés no fue el último, después de todo. Me explicaron que, si bien amaban a Jesús, lo consideraban su hermano mayor y solo adoraban a Dios. Me gustó lo que me dijeron y me sonó cierto. Me uní a su iglesia y permanecí como miembro durante 16 años.
En esos 16 años pasé por tiempos difíciles. Muchas veces dejé de practicar la religión por completo. Me volví alcohólica e hice cosas que hacen los alcohólicos. Me divorcié y comencé a salir con hombres. Me degradé a mí misma. Siempre tuve una creencia, sin embargo. Creía en lo que me habían dicho los mormones, pero me engañé a mí misma pensando que no importaba lo que hiciera. El Infierno era solo para los que no creen. Yo podría ir a la prisión de los espíritus al morir y arrepentirme, y finalmente tomar camino hacia el Cielo.
Hubo momentos en esos 16 años en los que me limpié y regresé a la iglesia. A medida que uno avanza en las lecciones en la iglesia mormona, uno comienza a escuchar cosas que se mantienen en secreto, lejos de los que "investigan" la religión y de los recién conversos. Fue en algún momento a finales de 2003 o comienzos de 2004 cuando me fue "revelado" que Dios había sido un ser humano de un planeta diferente, y que Él había adorado a otra deidad. También se me reveló que cualquier ser humano de la Tierra podría convertirse en una divinidad si solo hacía lo correcto. Eso me molestó un poco. Sin embargo, el mormonismo era lo más cerca que había logrado llegar a cualquier cosa que se sintiera bien tanto espiritual como lógicamente. Traté de explicarme esas ideas de otros dioses diciéndome que en realidad eran alegorías que significaban otra cosa. Sin embargo, no estaba muy segura de qué podría ser esa otra cosa.
En mayo de 2004, después de haberme vuelto a casar y haberme divorciado de nuevo (por última vez), me quedé hasta tarde una noche jugando en internet. Visité una sala de chat donde parecía que había una conversación decente y allí conocí a un joven egipcio muy agradable. Su nombre era Samy. Samy era muy amable y siempre hablaba de temas apropiados. Eso era algo nuevo para mí, así que lo buscaba en línea con frecuencia. Hablamos de su hogar, mi hogar, la familia. Compartimos nuestras esperanzas y sueños de futuro. También hablamos sobre Dios en un sentido muy general. Hablamos de Él muchísimo. Descubrí que nuestra creencia básica sobre Dios era la misma. En agosto de 2004 comenzamos a hablar de matrimonio. Fue entonces cuando me decidí a estudiar su religión, el Islam.
Jamás tuve la intención de convertirme. Después de todo, me consideraba cristiana (era mormona) y negar a Jesús o al Espíritu Santo era una condena instantánea. De hecho, yo creía que eso era lo único que podía llevar a una persona a permanecer eternamente en el Infierno. Mi única intención era aprender lo suficiente de su religión para evitar ofenderlo con la mía.
Samy me dijo que no quería que nuestra relación me influenciara respecto a la religión, pues muchas mujeres se convierten solo por complacer a sus esposos, y le confió mis estudios a su amigo Ahmed, quien es muy versado en el Islam. Comencé a aprender sobre la naturaleza de Dios. Solo hay Un Único Dios, Quien no necesita nada de Su creación, mientras que toda la naturaleza Lo necesita a Él. Él no engendró ni fue engendrado, y no existe nada ni nadie similar a Él. Eso fue fácil de aceptar. Mi alma se aferraba a esa información para la vida querida. Aun así, no podía convertirme. Tenía toda esa idea sobre Jesús y el Espíritu Santo. No me atrevía a negarlos.
Luego estudié sobre a los profetas. Aprendí que todos los profetas son iguales, y que Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) fue el último Profeta. También aprendí que Jesús (la paz sea con él) fue un Profeta, no el hijo de Dios. Tuve cierto problema con eso, así que el amigo de Samy me citó varios lugares de la Biblia donde otros profetas distintos a Jesús eran llamados "el unigénito de Dios", "Su único hijo" y "Su primogénito". También me mostró donde Jesús mismo les prohibió a sus discípulos que lo llamaran "Hijo de Dios", y me señaló que Jesús se autodenominaba "hijo del hombre". Eso aclaró parte de mi problema, pero todavía estaba el asunto de los profetas mormones. Eso fue un poco más difícil de aclarar, pero se redujo a las diferencias en lugar de a las similitudes. Los profetas en la Biblia tienen un mensaje para toda la humanidad, y ese mensaje siempre fue el mismo. Adorar únicamente a Dios sin asociados. Los profetas mormones tenían un mensaje únicamente para la Iglesia Mormona, y solía tener que ver con cosas como el almacenamiento de alimentos y la autosuficiencia. Una vez esto se puso de relieve, me pregunté cómo se me había podido escapar ese hecho.
Continuamos así, aprendiendo un nuevo punto y refutando otro punto del mormonismo, paso a paso por siete meses. Entre tanto, insistí en que no iba a convertirme, y Samy y Ahmed me decían ambos: "Lo sé". Yo exigía pruebas en la Biblia de todo lo que me decían, y ellos me las mostraban, incluyendo una oscura revelación acerca de Muhammad. Incluso me mostraron dónde había estado el nombre de Muhammad en la Biblia, antes de que fuera editado y retirado. El nombre era Ahmad, que equivale a Muhammad, del mismo modo en que Francisco y Pacho a menudo se usan indistintamente. Solo el nombre fue eliminado, el resto sigue ahí. Él fue predicho por Jesús, así como por Moisés.
En marzo de 2005 aprendí la última lección que me permitió sacudirme el miedo por el Infierno y aceptar el Islam con todo mi corazón, mi mente y mi alma. Aprendí acerca del Espíritu Santo. Como mormona, creía que si negaba la existencia del Espíritu Santo quedaría de inmediato condenada al fuego eterno. No había posibilidad de arrepentirse. Afortunadamente, no tenía que y, de hecho, jamás pude negar tal existencia. Aprendí que el Espíritu Santo es también conocido en el Antiguo y el Nuevo Testamentos como el Espíritu del Señor. Una vez más, ellos me probaron esto con la Biblia, y todos conocemos la historia. El Espíritu del Señor se le apareció a María… El Espíritu Santo o Espíritu del Señor no es otro que el Ángel Gabriel, y los musulmanes saben de la existencia de los ángeles. Fue Gabriel quien le entregó el Corán de Dios al Profeta Muhammad.
Al día siguiente, hablé con una amiga en línea y le conté que quería convertirme. Tenía en mente darles la sorpresa a Samy y Ahmed. Ella contactó con la mezquita local y arregló que una hermana y dos hermanos fueran a mi casa para que yo hiciera mi Shahada. Fue muy fácil. Ellos me guiaron primero en inglés y luego en árabe, y repetí después de ellos, diciendo: "Atestiguo que no hay divinidad excepto Al‑lah, y atestiguo que Muhammad es Su Mensajero". La hermana me dio mi primer velo islámico (hiyab) y me ayudó a ponérmelo como símbolo de mi conversión.
Esa noche, me reuní en línea con Samy y Ahmed, en la sala de chat donde siempre conversábamos. Ambos estaban muy contentos de ver que me había convertido, pero no estaban sorprendidos. Y descubrí por qué siempre decían "lo sé" cuando les decía que no me iba a convertir. Como ven, un musulmán es la persona que somete libremente su voluntad a la voluntad de Dios. Todos los niños nacen en ese estado de sumisión, y son alejados de dicho estado por fuerzas externas. Sin embargo, nuestras almas siempre buscan "el rostro de Dios" y regresar a esa sumisión. Mi alma comenzó esa búsqueda en 1978, y en marzo de 2005, a la edad de 34, no me convertí: regresé.
Por cierto, he sido limpiada totalmente por mi acto en el momento en que acepté el Islam. Ese es el incentivo. Dios lo ve todo y lo sabe todo. Samy y yo nos casamos en julio de 2005 y él se ha hecho cargo de la responsabilidad de enseñarme el Islam. Siempre hay algo qué aprender.
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