Stephanie, excatólica, Suráfrica (parte 2 de 6)
Descripción: Su vida como católica.
- Por Stephanie
- Publicado 29 Jun 2015
- Última modificación 29 Jun 2015
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Vida de católica
En 2007 comencé a asistir a la iglesia católica local y comencé una iniciación de un año en el catolicismo romano. El día que me hice católica, el 23 de marzo de 2008, fue uno de los días más felices de mi vida y todavía lo recuerdo con cariño.
Nunca imaginé que ese no era el final del camino…
Como nueva católica, estaba enamorada de la Iglesia y me sentía por fin en casa. Al año siguiente (2009) me involucré con los acólitos (aquellos que arreglan el altar para la misa y alistan todo para cada celebración), cosa que amaba con todo mi corazón. También había servido en ese ministerio con los anglicanos. Pero pronto comencé a sentirme insatisfecha con la forma en que se hacían las cosas en la Iglesia, que antes había creído era muy estricta y tradicional. Me disgustó en particular la actitud moderna y casual hacia la adoración, y me sentía como una extrañeza en mi iglesia pues yo era la única mujer que cubría su cabeza. No acepté la explicación moderna de que esto ya no era necesario, pues eso no tenía sentido. Creía que los versículos bíblicos de 1 Corintios 11:3-16 eran válidos para todas las épocas y todas las culturas.
Debido a que hubo un fuerte declive en la modestia y en la costumbre de las mujeres de cubrirse la cabeza a partir del feminismo radical de la década de 1960, culpé de todo ello al feminismo y lo odié. Creía que había despojado a las mujeres de su modestia y su dignidad, así que defendía la posición de la Iglesia, según lo que está registrado en las Escrituras y en la tradición de católica, de que las mujeres deben estar subordinadas a sus esposos y deben mantenerse en silencio en la iglesia. Era tan fiel a estas enseñanzas como podía y me negué a aceptar roles designados tradicionalmente a los hombres. Al hacer esto, tuve muchas peleas con mis amigas feministas y me sentía muy mal, pues parecía como si odiara a las mujeres. Yo estaba siempre en desacuerdo con que la Iglesia dejara que las mujeres tomaran papeles de liderazgo, y todo lo que me oliera a feminismo me hacía escribir cartas impopulares al periódico católico local. Si esas enseñanzas sobre las mujeres estaban en la Biblia, ¿por qué no debían ser seguidas? Al final, me di cuenta de que era porque algunas de ellas no eran razonables. También defendí el pudor (que es algo razonable), pero me seguía sintiendo aislada, rodeada de mujeres en la iglesia que se vestían de modo indecente. Estaba confundida acerca de por qué la Iglesia no enseñaba nada sobre la modestia y el pudor. El catecismo católico era tan claro, y a la vez tan vago… hablaba del pudor de manera general, pero no daba pauta alguna, dejando que nosotras decidiéramos. Yo era una mujer infeliz y amargada, defendiendo una causa perdida. Era irónico, pero el nombre católico que yo tomé era "Dolores".
Cada vez que veía a una mujer musulmana con hiyab, la envidiaba y deseaba ser una de ellas también. Sentía un parentesco con ellas que no sentí nunca con ninguna mujer católica, y deseaba mucho estar en su compañía. Le sonreía a toda mujer con hiyab que veía pasar. ¡No es de sorprender que me confundieran con una musulmana, pero era mejor que ser confundida con una monja! Me avergonzaba cuando los extraños me saludaban diciéndome "hola hermana" incluso en el supermercado, y mi sacerdote me reprendió por vestirme como alguien que yo no era. Así que comencé a vestir mis velos al estilo musulmán pero agregando un crucifijo para que no me confundieran con una de ellas. La gente ya no volvió a confundirme con una musulmana, pero yo todavía era consciente de que parecía musulmana. Esto no me molestaba, ya que les tenía cariño y las defendía cuando se las criticaba, pero a veces me sentía como un fraude, una hipócrita. "¿Quién soy? ¿Una católica o una musulmana?" Leí novelas ambientadas en el medioevo y leí sobre personajes musulmanes, viendo todos los programas de televisión y películas que pude sobre el tema, incluso las noticias de la cadena Al Jazeera, solo para ver mujeres con velo y personas prosternándose, y mi interés aumentó.
Por la época en que me convertí al catolicismo, puse a prueba mi llamado a ser monja cinco veces en cuatro conventos: el primer intento fue en septiembre de 2006 en un convento anglicano, entre noviembre y diciembre de 2008 en un convento carmelita católico, en enero de 2009 en otro convento católico de las clarisas, y luego de nuevo en el mismo convento carmelita entre octubre de 2009 y enero de 2010; todos sin éxito.
Todavía recuerdo un incidente en el convento carmelita. Yo me quedaba en los cuartos de invitados, era hacia noviembre o diciembre de 2009, y tenía prohibido vestir mi velo en el convento, lo que me entristecía. El convento estaba ubicado en un suburbio con una mezquita y yo escuchaba el hermoso y frecuente llamado a la oración en muchas ocasiones, en especial cuando estaba en el baño con una ventana abierta. Cuando lo escuchaba, me paraba frente al espejo, tomaba mi velo cuadrado que usaba de cortina para la ventana, y lo ponía en mi cabeza imaginando que era musulmana. Me preguntaba cómo sería eso.
Otra de mis aventuras como católica fue como aspirante a pensadora y escritora. Después de haber desarrollado una rica vida de oración desde 2007, había acumulado algunas experiencias espirituales y había escrito acerca de temas como la Eucaristía, la Trinidad y la Encarnación (así como sobre feminidad, pudor y el ya mencionado velo). Me había dedicado profundamente a estos misterios cristianos y, aunque la Trinidad me resultó difícil de entender al principio, sentía que tenía sentido en alguna forma espiritual incomprensible para la mente. Es decir, consideraba que había dos tipos de lógica: la lógica de la razón y la lógica de la fe. La primera era nuestro intelecto humano, y la última era un intelecto superior que moraba en nuestros espíritus, y que solo tenía sentido cuando teníamos fe ciega en alguna doctrina. El problema era que la "fe ciega" podía ser fácilmente distorsionada en opiniones personales…
La doctrina que llama a María (la paz sea con ella) la Madre de Dios también me parecía extraña, pero también tenía cierta lógica, siempre que Jesús (la paz sea con él) fuera visto como Dios. Aparte de estas doctrinas, desarrollé una noción de Dios como el "estado de ser y felicidad supremos". Los católicos creen que María es un ejemplo para la Iglesia, así que todos compartimos su Maternidad de Dios. ¡Esto significa que podemos, en un sentido místico, "dar a luz a Dios" al mundo! Con este entendimiento que tenía de Dios, me sentí atemorizada, puesto que sentía que estaba limitando a Dios peligrosamente a meros conceptos. Esto podía llevar a pensar que los humanos tenemos cierto tipo de poder sobre Él.
Acepté las doctrinas cristianas sin cuestionarlas hasta hace poco, cuando me sentí obligada a hacerlo debido a mi situación infeliz. Debido a mis escritos, sentía que había sido bendecida con mucho conocimiento, así que sería juzgada con mayor severidad el Día Final si dejaba atrás esta fe. Esto me hizo creer que jamás podría abandonar el cristianismo. ¡Nunca me habría atrevido a hacerlo! ¿Dejar esta fe y perder mi alma en el Infierno? ¿Abandonar a Jesús como Dios? No, estaba realmente convencida de que me mantendría católica, mi fe era incuestionable y fuerte. Y mi mamá… ¡No quería ni pensar en lo que diría! Temblaba con la sola idea de dejar a Jesús. Y, sin embargo, no podía negar mi creciente interés en el Islam, por mucho que me esforzara por erradicarlo.
En agosto de 2010 descubrí un convento católico dominicano de monjas contemplativas enclaustradas, bastante lejos de casa, que cumplía y hasta excedía mis expectativas. Su espiritualidad encajaba con la mía; ellas se enfocaban en la verdad y la pureza, los dos valores que yo más estimaba. Después de una visita de dos meses, permanecí allí y entré oficialmente el 7 de noviembre de 2010 (en todos los demás conventos yo fui solo una visitante). Realmente creía que por fin había encontrado mi hogar, pero algo no me satisfacía, en particular cuando fui aislada del mundo a mi alrededor y aún no me sentía libre. Después de dos meses más me marché y regresé a casa sin arrepentirme. Para ese entonces, mi deseo de cinco años de ser monja había terminado para siempre. Era enero de 2011.
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