Dr. Moustafa Mould, exjudío, Estados Unidos (parte 2 de 5)
Descripción: Después de un viaje espiritual de casi 40 años, un lingüista judío de Boston halló el Islam en África. Parte 2.
- Por Dr. Moustafa Mould
- Publicado 10 Mar 2014
- Última modificación 10 Mar 2014
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También asistí a una madrasah avanzada, donde estudié historia judía, hebreo, Torá y agregué arameo y Talmud (fiqh judío), aunque los idiomas seguían siendo mi interés principal. Por esa misma época, a la edad de 15 años, perdí mi fe, mi creencia en Dios. Anteriormente, había concluido que si Dios nos ordena hacer ciertas cosas, ¿cómo era que yo no podía hacerlas? Así que traté de ser más ortodoxo. Entonces, un día, me vi a mí mismo diciendo: “Si Dios dice todo esto, yo debo cumplir, pero, ¿y si Dios no existe? ¿Creo en Dios? En realidad no lo sé, quizás sí, quizás no. Y si Dios no existe, no necesito hacer nada de esto”. Así que me detuve. Pueden imaginar cuánto se alteró mi padre.
Muchas personas, en particular católicos romanos y protestantes fundamentalistas que crecen en entornos religiosos ásperos, llenos de amenazas sobre el Infierno y la condenación, golpeados por las monjas en la escuela, sintiéndose culpables sobre cosas que son simplemente parte de la fitrah (naturaleza) —como sus propios cuerpos—, son felices de salirse de la religión y, de hecho, se hacen muy antirreligiosos y se sienten como si se hubieran librado de una prisión. Mi sentimiento no era similar, me sentía triste, más como si hubiera sufrido una pérdida, pero no había nada que pudiera hacer. Sabía que creer sería muy confortable, pero no podía hacerlo. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970, ocasionalmente tenía esos sentimientos y ansias.
Como dijo Jeffrey Lang en su libro acerca de su conversión al Islam, hay un vacío y una soledad que siente el ateo, que la gente de fe no puede entender. El mundo es absurdo, un accidente. La ciencia tiene, o tendrá, todas las respuestas, pero la vida no tiene un sentido o significado real. La muerte es el final. Puedes tener influencia e impacto en el mundo a través de tus hijos, puedes hacer el bien, ser recordado en los libros de historia durante cientos o incluso miles de años; cuando muera el sol, la humanidad podrá colonizar otros sistemas solares, quizás otras galaxias. Pero al final, aunque tarde 15 mil millones de años, el universo morirá o colapsará en un agujero negro, y el final es la nada absoluta, la única cosa que es definitiva es un vacío. La vida, entonces, no tiene sentido y la muerte es espantosa. La verdad y la moralidad pueden volverse relativas, lo que lleva a la confusión moral, el hedonismo y cosas peores. Pero en lugar del desprecio por la gente religiosa que muchos ateos afirman sentir, yo los respetaba y hasta los envidiaba por la seguridad, la certeza y la comodidad que experimentan.
Pasé de la noche a la mañana de ser casi ortodoxo a ser ateo, aunque todavía amaba la lengua, la cultura, la música, la comida y la historia judías. Era un judío “étnico” y un sionista. El sionismo todavía era principalmente una filosofía política, no tanto una religiosa. De hecho, en aquella época había todavía bastante oposición hacia el sionismo entre la mayoría de los ortodoxos. El sionismo actual de corte religioso mesiánico en realidad no fue desarrollado hasta 1967 – 1973, cuando Israel se tomó Jerusalén. También decidí que quería ser un lingüista histórico especializado en idiomas semíticos, pero las universidades que elegí no me aceptaron, y la única que lo hizo no ofrecía árabe, ni siquiera lingüística.
En mi universidad, a comienzos de la década de 1960, entré en contacto con una gran variedad de personas. Por vez primera, conocí a una gran cantidad de protestantes, afroamericanos y estudiantes extranjeros que eran musulmanes. Yo ya no encontraba antisemitismo, y comencé a disfrutar y a apreciar la diversidad de los Estados Unidos y mi exposición a los estudiantes internacionales. Hacia el final de mi año de estudiante de segundo año comía tocino y chuletas de cerdo, y al mismo tiempo ayudé a organizar y fui el presidente del capítulo del campus de la Organización Sionista Estudiantil. Fui el vicepresidente de dicha organización en Nueva Inglaterra en mi último año.
Muchos de nosotros éramos políticamente de izquierda, provenientes de familias de la clase trabajadora, cuyo espectro iba desde los demócratas liberales hasta los comunistas. Apoyábamos a los obreros, la Unión de Libertades Civiles Estadounidense, y estábamos en contra de McCarty y Nixon. Reverenciábamos a Franklin D. Roosevelt, Hubert Humphrey y Adlai Stevenson. Trabajábamos a favor del sionismo y los kibutz. Hay algo que quiero enfatizar, debido al profundo efecto que tuvo en mí años después: en aquella época, la mayoría de los judíos aún eran socialistas o demócratas liberales, muchos pertenecían aún a la clase obrera, no eran tan exitosos como ahora. Recuerdo con claridad el partido de derecha Herut, su ideología expansionista y sus actividades terroristas en la década de 1940. Los considerábamos fanáticos y lunáticos.
Tomé un seminario sobre Oriente Medio. A los 19 años, creía que ya lo sabía todo. Mi profesor era sirio, y creí que era musulmán, así que iba a enseñarle algunas cosas. Él fue sorprendentemente paciente y tolerante conmigo, considerando su posición obviamente antisionista y anti Israel. Sus críticas sobre mis artículos fueron objetivas y suaves, en particular sobre aquellos que eran demasiado sesgados. Comencé a ponerle atención al otro lado, y me di cuenta de cuánta propaganda había absorbido y cuánta información había ignorado. No alcancé un buen grado, pero aprendí una valiosa lección. Fue el profesor Haddad quien me mostró que uno podía ser secular y religioso a la vez.
Al mismo tiempo, me involucraba más y más en los movimientos de derechos civiles y antiguerra de Vietnam. Me afilié al Comité Estudiantil Coordinador de la No Violencia (SNCC por sus siglas en el inglés) y a la NAACP. Ayudé a fundar el capítulo de nuestro campus de la entonces levemente radical Sociedad Estudiantil para la Democracia (SDS por sus siglas en inglés). Me especialicé en gobierno, tomando muchos cursos sobre ley constitucional y relaciones internacionales. Fui a Washington, D. C. en agosto de 1963 para tomar parte en la “marcha sobre Washington” y estuve de pie a menos de 20 metros del Dr. King cuando dio aquel maravilloso discurso.
Yo había perdido mi fe a los 15 años de edad, y a los 22 había perdido el sionismo. Pero todavía tenía mi herencia étnica, aunque había comenzado a sentirme incómodo con el chovinismo de muchos judíos. Me veía a mí mismo como un estadounidense normal luchando por causas estadounidenses. Me preparé para ser profesor de estudios sociales, pero el mercado laboral no estaba bien. Después de dos años como profesor sustituto y un cargo temporal en mi antigua preparatoria, me uní a los Cuerpos de Paz, para que la aventura y el idealismo mejoraran mis perspectivas laborales más adelante —y para evitar ser reclutado y enviado a Vietnam—. Fui seleccionado para ir a Uganda, en África Oriental.
Yo era muy feliz en ese bello país, viviendo donde el Nilo sale del Lago Victoria, enseñando a estudiantes que querían aprender en una sociedad donde los profesores eran respetados. Aprendí nuevos idiomas y culturas. Desarrollé el gusto por la cocina africana y la indopakistaní. Ya que no había mucho por hacer en una pequeña villa campestre, comencé a ir a películas indias. Me gustaba particularmente Mohammed Rafi, el famoso cantante, en especial sus cawalis; me recordaba la música cantorial de mi padre. También disfruté del ambiente islámico árabe omaní que encontré en la costa: Mombasa, Dar As-Salam, Zanzíbar. Fue la primera vez que escuché, en una película que no era de Hollywood (ni de Bombay) el Adhán (la llamada a la oración en el Islam). Incluso en las películas, sus melodías tristes siempre emocionaban todo mi cuerpo. Aprendí dos idiomas africanos, swahili y luganda. El swahili me resultó muy fácil, la mitad de su vocabulario proviene del árabe y es prácticamente igual al hebreo. Pero el swahili es una lengua bantú, y estaba fascinado con las similitudes y diferencias entre el swahili y el luganda. Entonces me dije: “Esta es mi última oportunidad de hacer lo que siempre quise, estudiar lingüística”, pero ahora con lenguas bantú en lugar de lenguas semíticas. Así que me presenté a la escuela de posgrado.
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