Josh Hasan, exjudío, Estados Unidos
Descripción: Un buscador de la verdad encuentra en el Islam su religión.
- Por Josh Hasan
- Publicado 02 Feb 2015
- Última modificación 02 Feb 2015
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Yo podría no haberme hecho musulmán. Pude haber sido hindú, adorando a 14.321 dioses y diosas, como una diosa para el perro de mi vecino, otra para la luna, e incluso otra para la oreja perdida de Evander Holyfield. Estaría adorando a todos esos falsos "dioses" y estaría enfermo, enfermo de corazón y ciego a la lógica, obedeciendo a un elefante rosado con seis brazos que puede encontrarse en las paredes de algunos restaurantes indios. Sí, ellos adoran a elefantes, que habitualmente les tienen miedo a los ratones.
O quizás sería cristiano, adorando a Jesucristo. Pero, ¿por qué habría yo de adorar a un Profeta que jamás se autoproclamó divino? ¿Acaso él no conocía su propia divinidad? Él sabía, y yo también, que: Jesús no es Dios y Dios no es Jesús.
Podría haber entrado al budismo, pero ¿cuál secta es la correcta? ¿Quién sabe? Y me habría gustado escuchar al Dalai Lama diciéndome cómo disfrutar de la vida en sus propias palabras, "tomando tres prostitutas y viajando a Las Vegas".
No me convertí en ninguno de los anteriores ni lo haré. Tomé la dirección del Islam cuando no sabía nada de él. Hace un año hice la Shahada. Solo me hubiera gustado haberlo hecho mucho antes. Esta es mi historia de cómo me hice musulmán. Comienza cuando tenía 10 años de edad.
Un Dios
Cuando tenía 10 años, mis padres me inscribieron en la sinagoga conservadora local, en la ciudad predominantemente judía de Brookline, Massachusetts. Me enviaron allí supuestamente para aprender hebreo y estudiar el judaísmo. Me enseñaron muy bien, los profesores eran principalmente israelíes. Me cuesta trabajo ahora recordar, pero ellos enseñaban judaísmo muy bien. A los 10, yo creía sinceramente en Dios, leía las historias de la Tora y el Antiguo Testamento, y era más piadoso que muchos de los padres de mis compañeros. Trataba de rezar y mantenerme recto, a pesar de que mi familia y mis amigos, hasta donde recuerdo, no pensaban que eso tuviera alguna importancia. ¿Por qué eso no les preocupaba? Como sea, yo mantuve mi judío interior. Durante esta época judaica, me asomé al cristianismo preguntándome por qué muchos de mis amigos seguían a ese gran hombre, cuyo nombre mucha gente utilizaba en vano cuando se tropezaban o dejaban caer sus papeles. ¿Acaso Jesucristo no merecía que le mostraran más respeto? Por otro lado, ¿podía ser él hijo de Dios?
Entonces un día, aún a mis 10, mientras pasaba por varias lecturas sobre los judíos e Israel, me topé con una nueva religión. Primero, vi una luna creciente y una estrella, y seguí leyendo. Quedé profundamente conmovido cuando descubrí que otros mil millones de personas adoraban al mismo Dios que yo. Pensándolo ahora, es algo realmente sorprendente. Estos seguidores del Islam, de Al‑lah Todopoderoso, leen el Corán tal como fue dictado, y peregrinan, ¡qué interesante!
Infortunadamente, mi aprendizaje en ese momento se vio obstaculizado por mi afinidad con Israel. Me habían lavado el cerebro con la idea de que los musulmanes eran terroristas que volaban judíos con dinamita. Los judíos eran buenos y los árabes eran malos, eso era lo que mis amigos me decían, era lo que mis maestros parecían dar a entender, y rara vez volví a escuchar del Islam nuevamente hasta 1999.
Mientras tanto, 1994 se convirtió en 1995. Mi familia cambió de sinagogas y sectas. De ser conservadores pasamos a llamarnos "judíos reformados", nos volvimos muy liberales. Nuestro rabino no era kosher. Difícilmente podría considerársele un líder espiritual, un hombre que conduce a los judíos como seguidores de Dios. Una noche, mientras estábamos sentados en la congregación, nuestro rabino trataba de mantenernos despiertos. Nos hablaba del placer que sentía al observar lascivamente a las alumnas del Boston College desde su casa. Solo logró un puñado de risas. Hoy día, al mirar atrás, recuerdo cómo hablaba de cosas ilícitas frente a su esposa, frente a la Tora y en la presencia de Dios. Mi descontento con el judaísmo creció y yo sabía que un movimiento hacia la derecha religiosa era inevitable, solo que no sería hacia el judaísmo ortodoxo.
La otra gente del Libro
Me impresioné en una época con la espiritualidad de los cristianos, porque parecía poderosa. Yo sabía que el judaísmo era una religión corrupta, pero seguía creyendo en Dios. Los cristianos también creen en Dios, ¿no?
Fui a misa, hablé con sacerdotes, pero fue la cosa más difícil del mundo creer que Jesús podía ser divino. Así que me obligué a ello. Le oraba al "hijo" y fue un desastre. Realmente lo intenté, pero sabía que no había respuesta. Yo no entendía, pero seguía estudiando el catecismo y diciendo el Padrenuestro. No me bauticé, así que no fui católico. De hecho, para hacerte católico tienes que estudiar durante nueve meses. ¿Y si me muero antes de volverme católico porque los sacerdotes no me dejan convertirme en cristiano? ¿Entonces qué? Seguí notando fallas en la doctrina cristiana. Los sacerdotes parecían darse cuenta de ello, pero continuaron predicándome.
Alrededor del 26 de enero de 1999, abandoné la clase de preparación para la confirmación. Dejé el cristianismo, a pesar de no haber sido cristiano realmente. No era "salvo", pero no me importaba. Complací enormemente a mis padres al abandonar la Iglesia Católica, pero seguía sabiendo que hay un solo Dios. Hasta el día de hoy, estoy sorprendido por la rapidez con que ocurrió lo siguiente. Menos de una semana después de que abandoné para siempre la Iglesia, estaba listo para aprender sobre la religión final de Dios.
La espera horrenda
Mi padre estaba encantado al saber del desvanecimiento de mi interés en el catolicismo y me dio la bienvenida con los brazos abiertos; infortunadamente, me llevó a la biblioteca, allí me presentó la Enciclopedia Británica. Leí acerca de Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él), el artículo afirmaba que él había masacrado a todos los hombres judíos de su tribu. Al leer esto quedé profundamente triste, y también estaba furioso y confundido a la vez, me indignaba saber que este profeta del Islam había asesinado judíos, y estaba confundido respecto a qué hacer entonces. Pensé que había descartado al Islam, pero seguía creyendo en Dios. ¿Qué hacer? De hecho, no pasaron más de un par de semanas hasta que regresé. Sabía que el judaísmo estaba corrupto y que el cristianismo también estaba corrupto. Ahora entendía: la Enciclopedia Británica también está corrupta.
Así que comencé mi búsqueda de una mezquita local, de hecho, encontré una mezquita cercana por accidente. Busqué en internet sin descanso, y en cuanto vi la palabra Boston, hice clic esperando la información que me llevara a adorar a Dios de la manera correcta. Esperé pacientemente con un módem lento e insensible y, finalmente, el sitio había cargado.
A un toque del botón del ratón, fui saludado con as-salamu aláikum; tomé nota de la dirección y planeé el viaje. Era muy especial para mí haber encontrado una mezquita en Boston, me encantaba que no había tenido que viajar a Egipto, Jordania o Yemen.
Era el 28 de febrero de 1999, yo caminaba por la calle Prospect y vi la mezquita. Caminé hasta el frente, alcancé a abrir la puerta, y entonces vi un aviso: "Entrada para mujeres". ¡Entrada para mujeres! No sabía lo que eso significaba, así que caminé alrededor de la mezquita esperando hallar hombres en alguna parte. De repente, me sentí nervioso al encontrar la entrada para hombres. Nunca había conocido a un musulmán religioso y no tenía idea de cómo reaccionarían los musulmanes hacia mí, me preguntaba si debía ocultar mi identidad judía. Tomé aire y crucé la puerta.
"Disculpe", le dije al primer hombre que vi, "vine para aprender sobre el Islam". Esperé su reacción. Esperaba que me reprochara o me expulsara. ¿Realmente me sacarían? Me había quitado los zapatos. El hombre abrió su boca para hablar: "Lo siento, no hablo inglés", y entró en el salón principal. Lo seguí, no sabía si me había dejado pasar. Miré a mi alrededor, a los fieles postrándose en sumisión a Al‑lah (Glorificado sea). Estaba conmovido, pero no sabía qué hacer ahora. Entonces vi que el hombre regresaba con lo que parecía una horda de otros fieles. Me senté. Yo estaba solo y ellos parecían ser cincuenta. Todos me hablaban al mismo tiempo, fue algo abrumador, pero se sintió genial, eso mostraba lo importante que es el Islam para los musulmanes. Me entregaron el libro Breve guía ilustrada para entender el Islam, y a los pocos minutos tuve la Shahada ante mis ojos. Decía: La ilaha il-la Al-lah, Muhammadun Rasul Al-lah. Estaba listo para decirla, ahí y en ese mismo instante. Nueve meses para ser católico, probablemente más para ser judío, y en cuestión de segundos podía abrazar el Islam.
"¿Estás seguro? No tienes que hacerlo", fue el consejo de un hermano amistoso pero prudente. Yo estaba sorprendido: ¿Era algo tan grande que tenía que pensarlo bien? ¿No debería hacerme musulmán ya mismo?
Ese día, no me hice musulmán, pero fue un sábado maravilloso. Conocí hermanos de todo el mundo. Y sí, tan diversas como parecían las personas, todas ellas compartían un objetivo común, que estaba muy claro: la mayor sumisión a Al‑lah (Glorificado sea).
Pasaría más de un año antes de que me hiciera musulmán. Durante ese tiempo, estuve en el sitio de un tiroteo en el Bronx, pasando por ahí en el carro de la familia, de hecho, la bala destrozó la ventana trasera a pocos centímetros de mi cabeza. Sobreviví sin un rasguño y pronto olvidé el asunto.
El 6 de mayo de 2000, tomé el mismo tren al que siempre subía para ir a la mezquita en Cambridge. Esta vez, llevaba conmigo un libro en árabe, pues creí oportuno aprender el idioma, esa era mi filosofía entonces: estudiar el Islam de forma integral, en el momento de hacer mi Shahada ya sería un experto. Me encontré con un musulmán que no había visto en meses, y me preguntó si ya me había hecho musulmán; entonces tuvimos una breve conversación, me habló de cómo, si yo sufría un accidente de auto en la calle, moriría siendo no musulmán, eso bien podría llevarme al Infierno. Él me había dicho lo mismo en diciembre de 1999, pero no le había puesto atención, ni siguiera después del tiroteo en el Bronx. Pero esta vez, no iba a posponer más el Islam.
Esa misma tarde en la mezquita me senté y observé a los musulmanes alineados para la oración del Dhuhur, la segunda oración del día. Me quedé mirando cómo se postraban, un acto que Satanás se negó a hacer, y no pude soportarlo más. Me preguntaba cómo sería si me convirtiera en musulmán en ese instante, pero mis pensamientos iban en un solo sentido. Le dije al hermano a mi derecha, después de la oración, que quería hacerme musulmán ese mismo día. Mientras escribo esto, tres meses después, sé que hacer la Shahada fue lo mejor que jamás haya hecho. Solo desearía haberla hecho antes.
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