Sura 91: El Sol
Descripción: Dios explica una de las cualidades innatas de la humanidad, la capacidad de elegir entre el bien y el mal. El hecho de que hay consecuencias para todas nuestras decisiones, se demuestra a través de la historia de la gente de Zamud.
- Por Aisha Stacey (© 2019 IslamReligion.com)
- Publicado 27 May 2019
- Última modificación 27 May 2019
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Introducción
"El Sol" es el capítulo 91 del Corán; por lo tanto, es una de las suras cortas que se encuentran hacia el final. Aquí, casi todas las aleyas y las suras fueron reveladas en La Meca, al comienzo de la misión profética de Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él). En esta era temprana, las revelaciones se ocupaban principalmente de establecer la fe y sentaron las creencias fundamentales del Islam. El tema central de este capítulo es la elección entre purificar o corromper el alma, y la nación de Zamud se usa como ejemplo de corrupción.
El título, "El Sol", viene de la descripción del Sol en la primera aleya. Cuando esta sura es recitada en idioma árabe, mantiene un ritmo musical a lo largo de sus quince aleyas. Estas breves aleyas abarcan una gran verdad, la naturaleza de la humanidad y sus capacidades inherentes para elegir entre el bien y el mal y decidir su propio destino.
Aleyas 1 a 10: Éxito o fracaso
Dios jura por una serie de fenómenos celestes. El Sol brillante y radiante, la Luna, el día cuando es revelado por el esplendor del Sol, y la noche que desciende para cubrir la Tierra. Dios jura por estos objetos y atrae nuestra atención hacia su naturaleza extraordinaria y hacia la magnificencia de Aquel que los creó.
El juramento especifica la belleza del Sol cuando se levanta, pero también su efecto sobre la Tierra cuando se revela el día. Nuestra familiaridad con el Sol a veces nos lleva a pasar por alto este fenómeno magnífico y su belleza y función, pero este juramento nos recuerda el espectáculo diario. El corazón humano ha sentido, por mucho tiempo, fascinación por la Luna, y en las noches claras iluminadas por ella se puede sentir la majestad de Dios en el espacio que nos rodea. Cuando la noche desciende es capaz de cubrirlo y ocultarlo todo, la Tierra está esperando silenciosamente el esplendor del Sol para que la despierte.
El Corán insta con frecuencia a la humanidad a reflexionar sobre el universo. Y Dios continúa jurando por el cielo y cómo Él lo construyó, y por la Tierra y cómo Él la extendió. Cuando Dios jura por la construcción del cielo, de inmediato pensamos en los cielos sobre nosotros, pero en realidad sabemos muy poco sobre el cielo y cómo fue construido. Incluso en este siglo científicamente avanzado, continuamos preguntándonos qué lo mantiene unido, por encima de nosotros, etéreo, pero de algún modo sólido. Cuando Dios se refiere a la Tierra, ello nos recuerda que la vida en este planeta no habría sido posible si Dios no hubiera incorporado en ella las características y leyes naturales que hacen posible la existencia.
Luego, Dios jura por el alma y cómo Él la equilibró y la refinó, dándole el conocimiento de lo que es correcto para ella y lo que no. La humanidad es una de las maravillas más notables, porque Dios modeló e inspiró a cada persona con el conocimiento de la maldad y la piedad, y la capacidad de elegir una u otra. La humanidad tiene la capacidad innata de determinar su propio curso de acción, y por ello es responsable de cada decisión. Aquellos que toman las decisiones correctas serán exitosos, y quienes eligen corromper su alma, fracasarán. Dios, por Su parte, no deja a ninguna persona ni alma vagando a ciegas, tratando de decidir qué es lo correcto. Él ha dejado claro el mensaje para cualquiera que busque beneficiarse de él.
Aleyas 11 a 15: El pueblo de Zamud
En estas aleyas, Dios utiliza un evento histórico para explicar con más detalle las aleyas anteriores. Con crueldad arrogante, la gente de Zamud llamó mentiroso al Profeta Saleh (que fue elegido por Dios para entregar Su mensaje) y lo rechazó. Cuando la persona más desdichada de entre ellos fue enviada a desjarretar a la camella que había sido enviada por Dios como señal, el Profeta Saleh les dijo que no la dañaran. También les dijo que dejaran a la camella beber en los días que habían sido designados para ella. La gente de Zamud lo ignoró, atraparon a la camella y la mataron, sin pensar en las consecuencias de sus actos. Como resultado de su indignante insolencia, una terrible calamidad le sobrevino al pueblo de Zamud: Dios los destruyó dejándolos tendidos en el suelo.
Dios no teme las consecuencias de nada de lo que hace, pues no es como los reyes y gobernantes del mundo. Ellos, cuando quieren tomar alguna acción contra un pueblo, se ven obligados a considerar cuáles son las consecuencias de sus actos. El poder de Dios es supremo. La humanidad, en cambio, debe temer las consecuencias porque el Día del Juicio se acerca, y toda persona responderá ante Dios por las decisiones que haya tomado. A Dios no se Le pregunta por lo que hace, pero a Sus siervos sin duda se les pedirá que expliquen sus actos.
Esta sura vincula el alma humana con los fenómenos celestes que experimentamos de forma regular. El Sol se eleva, la Luna sale, el día revela la Tierra en todo su esplendor y la noche es capaz de cubrir y ocultar. Es algo constante y repetitivo. Las leyes de Dios que determinan el fracaso o el éxito también son constantes. Él planea con sabiduría y establece un tiempo para todo, y un propósito para cada acción.