Sura 63, aleyas 9 a 11: No sean de los perdedores
Descripción: Si una persona se permite ser absorbida por los deleites de este mundo, olvidará sus obligaciones con Dios y se convertirá en uno de los perdedores en la otra vida.
- Por Aisha Stacey (© 2019 IslamReligion.com)
- Publicado 20 May 2019
- Última modificación 20 May 2019
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"¡Creyentes! Que las posesiones materiales y los hijos no los distraigan del recuerdo de Dios, pues quienes se alejen del recuerdo de Dios serán los perdedores. Den en caridad parte de lo que les he provisto, antes de que la muerte les sobrevenga y [recién] entonces digan: ‘¡Señor mío! Concédeme un poco más de tiempo para poder hacer caridades y ser de los piadosos’. Pues Dios no retrasará el momento fijado para cada alma cuando este llegue, y [sepan que] Dios está bien informado de cuanto hacen" (Corán 63:9-11).
Estos versículos esenciales son los tres últimos del capítulo 63, "Los hipócritas". Esta sura de once aleyas fue revelada en Medina, y advierte a los creyentes, que estaban en el proceso de establecer un Estado islámico totalmente funcional, acerca de la traición de los hipócritas que había entre ellos. Dios describe una ocasión específica, cuando los hipócritas trataron de evitar que se donara un dinero a los creyentes, y luego, en estas aleyas, Él les pide a los creyentes que usen más de su propia riqueza para ayudar a los necesitados entre ellos.
La aleya 9 enfatiza la importancia de no preocuparse demasiado por los asuntos mundanos, porque las personas que así lo hacen estarán entre los perdedores. Disfrutar de los placeres de esta vida sin recordar las obligaciones que se deben a Dios solo llevará a la pérdida y la decepción. Las riquezas y los niños son dos cosas que pueden preocupar a las personas, y son bondades de parte de Dios, pero también pueden ser pruebas. Dejar que las riquezas y los hijos te distraigan de recordar a Dios es un gran error que puede llevar a consecuencias graves. Perder en el Día de la Resurrección es una pérdida monumental, y puede ocurrir independientemente de cuán rica sea una persona o de cuán numerosa sea su descendencia.
El Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) les dijo a sus compañeros que él temía que fueran ricos, en lugar de temer que fueran pobres. Les dijo: "No temo para ustedes la pobreza, sino que temo que compitan entre ustedes (para ver quién tiene más posesiones)". También dijo: "Dos lobos hambrientos, si se sueltan entre un rebaño de ovejas, causan menos daño que la codicia de un hombre por aumentar su dinero y su prestigio"[1]. Dios y el Profeta Muhammad nos advierten que hay una relación directa entre el amor al dinero y las posesiones y la pérdida de devoción a Dios. La pérdida de devoción a Dios conduce directamente a que la persona sea de los perdedores en el mundo por venir.
En la aleya diez, Dios nos dice que hay algo en esta vida mundana a lo que debemos prestar atención: dar a los demás parte de la bondad y la riqueza que Él nos ha brindado. Esto nos recuerda, de inmediato, que Dios es la fuente de la riqueza, las posesiones y la descendencia que tenemos. Dios nos las ha proporcionado y Él nos instruye que seamos generosos con ellas. Debemos obrar con generosidad antes de que se acerque la muerte. Cuando el tiempo de la muerte llegue, aquellos que no usaron su riqueza con prudencia y generosidad, rogarán a Dios que les permita permanecer en este mundo un poco más, a fin de tener más tiempo para dar en caridad.
Nuestro gran modelo a seguir, el Profeta Muhammad, dijo: "A quien dé una caridad igual a un dátil de sus ganancias licitas (pues Dios solo acepta lo que es bueno), Dios tomará esa caridad en Su mano derecha y la cuidará por aquel que la dio, como cualquiera de ustedes cuida a su potro hasta que se vuelve como una montaña"[2].
El renombrado erudito islámico Ibn Al Qaiem dijo sobre el Profeta Muhammad, que él "…fue el más generoso al dar caridad, y jamás pensó que algo fuera demasiado valioso ni demasiado insignificante como para no darlo en caridad". Si alguien le pedía algo, él se lo daba con mucho agrado, sin importar si era algo grande o pequeño. Él encontró felicidad en dar, probablemente más que quien recibía. Él esperaba la recompensa de Dios y encontraba placer en ayudar a los demás[3].
La aleya once, la última de la sura, hace que el hecho de que la muerte no se puede retrasar sea muy claro. Dios dice, de forma inequívoca, que Él no indulta a ninguna persona. El día, la hora y el lugar de la muerte de cada persona son fijos e inamovibles. Y Dios está totalmente consciente de todo lo que hacemos.
En estas aleyas se nos recomienda enfáticamente que estemos entre los justos ahora, mientras tenemos tiempo, porque pedirle a Dios que retrase el momento de la muerte no nos ayudará en modo alguno. La rectitud, a los ojos de Dios, será determinada por nuestro tiempo en este mundo. En el Día de la Resurrección la persona que estuvo completamente atrapada por las delicias de este mundo, mirará a su alrededor para ver que lo ha perdido todo. Unos pocos minutos de placer pueden resultar en una eternidad de pérdida.
Estas tres aleyas con que concluye la sura 63, "Los hipócritas", están dirigidas a los creyentes. Dios quiere que ellos se liberen de cualquier característica que sea como la de los hipócritas. Los creyentes deberían preferir recordar a Dios y obedecer Sus mandamientos en lugar de permitir que la riqueza y la descendencia los desvíen de su verdadero propósito. Adorar a Dios y estar entre los justos en el Día de la Resurrección debe ser el propósito primordial y el objetivo último.
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