El pudor (parte 3 de 3): Historias sobre el pudor II
Descripción: Tres historias más de las narraciones proféticas que demuestran el carácter del pudor y el sentido de vergüenza que subyace y lo acompaña, produciendo una virtuosa propiedad en los actos.
- Por Umm Salman, editado por Jeremy Boulter (© 2011 IslamReligion.com)
- Publicado 14 Feb 2011
- Última modificación 14 Feb 2011
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Muhammad y la reconstrucción de la Ka’ba
El pudor del Profeta Muhammad, que la paz y bendiciones de Dios sean con él, era uno de los rasgos más destacados de su personalidad. Incluso desde una edad muy temprana su sentido de la vergüenza en una sociedad libertina, como la árabe antes del Islam, era notable. En una ocasión, después de que el tesoro que había adentro de la Ka’ba fue robado, los mecanos decidieron construirle un techo para así impedir que la vuelvan a robar. Muhammad, siendo aun un hombre joven, tomó parte en la reconstrucción. Él fue con su tío, Al Abbas, a cargar bloques de piedras. Su tío le dijo que se pusiera su falda en el cuello para protegerse de las aristas de las rocas pesadas. Esto implicaría que sus partes privadas queden al descubierto.
Mientras él cumplía este consejo, se sintió mareado, y cayó desmayado. Sus ojos estaban fijos en el cielo mientras yacía de espaldas en el suelo, su ropa se aflojó aunque todavía cubría sus partes privadas.
Unos momentos más tarde, volvió en sí, gritando “¡Mi ropa, mi ropa!”
Apresuradamente, envolvió su falda asegurándola de nuevo alrededor de su cintura. Nunca más en su vida alguien fuera de su familia volvió a ver siquiera por un vistazo su espalda.
La historia antes mencionada fue relatada por uno de los compañeros del Profeta, Yabir bin Abdullah, y muestra el fuerte sentido de la vergüenza y decoro que Muhammad tenía sobre su cuerpo, incluso antes de ser Profeta. Él era conocido por ser más pudoroso que una virgen de claustro, antes y después de recibir la revelación de Dios.
Moisés y los burlones
Otra historia sobre Moisés, la paz y bendiciones de Dios sean con él, demuestra que él era igualmente vergonzoso y tímido sobre su cuerpo como el joven Muhammad. Nunca apareció delante de nadie sin estar plenamente cubierto, lo que llevó a algunas personas de su pueblo (israelitas) a menospreciarlo. Decían: “Cubre su cuerpo de esta manera porque tiene algún defecto en la piel, o lepra o hernia escrotal, o tiene algún otro defecto”.
Dios quiso aclarar lo que decían sobre Moisés. Un día, cuando Moisés se había quitado su ropa y la puso en una piedra mientras tomaba un baño. Cuando hubo terminado de bañarse, fue hacia donde tenía su ropa para ponérsela nuevamente, pero la piedra huyó con su ropa. A pesar de su desnudez, Moisés levantó su bastón y corrió detrás de la piedra diciendo: “¡Oh piedra, dame mi ropa!” Pero la piedra continuó huyendo hasta que se encontró un grupo de israelitas, donde paró. Así fue como fueron capaces de verlo desnudo.
De esta forma, Dios lo exoneró de lo que lo habían acusado. Moisés, sin embargo, estaba molesto. Tomó su ropa y se la puso rápidamente, y luego comenzó a golpear la piedra con su bastón. El Profeta del Islam, quien narró la historia, juró que la piedra todavía tenía rastros de los golpes. Esto es a lo que Dios se refirió diciendo:
“¡Oh, creyentes! No seáis como quienes calumniaron a Moisés. Dios lo declaró inocente de lo que lo acusaban, y goza ante Dios de un rango elevado”. (Corán 33:69)
Esta historia muestra qué tan tímido era Moisés sobre permitir que su cuerpo fura visto en público. De hecho, sólo su enojo por haber sido privado de la barrera entre su cuerpo y el mundo, lo llevó a permitir que la totalidad de su cuerpo fuera visto, la exposición fue por deseo de Dios para aclarar las difamaciones hechas por sus detractores.
Muhammad y el pozo del jardín
Lo que es respetable para ver entre la gente, por supuesto, varía. Cuánto del cuerpo de una mujer puede exponer a su esposo es diferente de lo que puede exponer a su hermano, que también difiere de lo que puede ver un completo extraño, y así. Esto se aplica también a lo que es permitido ver entre personas del mismo sexo. Lo que un padre, un hermano o un hijo pueden respetuosamente ver uno del otro es diferente a lo que un hombre fuera del círculo familiar puede ver; como lo que una madre, una hija o una hermana pueden ver en contraste con lo que puede una mujer extraña.
Una vez, cuando el Profeta entró en un jardín, le pidió a su compañero, Abu Musa Al Ashari, que vigilara la puerta. En el jardín había un pozo, y él se sentó en el pozo descolgando sus piernas al interior. Después de un tiempo, Abu Bakr vino, y quiso entrar al jardín. Abu Musa fue a decirle al Profeta que su suegro quería compartir el jardín con él, y el Profeta dijo: “Albrícialo que el jardín del Paraíso lo espera, y déjalo entrar”.
Así que Abu Bakr, el padre de Aisha, entró al jardín y se sentó al lado del Profeta, cuya falda estaba hasta un poco más arriba de la rodilla, y balanceó sus piernas junto a las de él en el pozo. Un poco más tarde, Umar bin Al-Jattab se presentó. Él también quería relajarse en el jardín. De nuevo Abu Musa pidió permiso, informándole que otro de sus suegros estaba en la puerta. Él dijo: “Albrícialo que el jardín del Paraíso lo espera, y déjalo entrar”.
Umar, el padre de Hafsa, tomó el lugar libre al lado del Profeta, y balanceó las piernas en el agua junto a él, y de esta manera el Profeta pudo preservar su decoro, sin tener que levantar su vestimenta sobre las rodillas.
Algún tiempo después de esto, su yerno, Uzman bin ‘Affan, con quien su hija Ruqaia se había casado, también pidió entrar al jardín. Cuando Abu Musa transmitió el mensaje del Profeta diciendo: “El jardín del Paraíso te espera después de algunas pruebas, déjenlo entrar”, Uzman observó que los únicos espacios libres que quedaban estaban en una de las tres paredes que el Profeta y sus suegros no ocupaban, lo que significaba que él podría ver más las piernas del Profeta que los demás. Como dudaba, el Profeta deslizó su falda hasta abajo de sus rodillas, entonces Uzman se sentó frente a él.
Ambos hombres habían tenido la sensibilidad de sentarse al lado del Profeta y, sin embargo, el Profeta había preservado su decoro sin tener que bajarse su vestimenta sobre sus rodillas[1].
El Islam enseña que hay algunas partes del cuerpo que no deben ser mostradas al público, y entre más cerca están esas partes a las partes privadas, más prohibido es revelarlas. Aunque los tres hombres que se sentaron junto al Profeta, la paz y bendiciones de Dios sean con él, tenían lazos familiares cercanos con él -que es por lo cual dejó que sus rodillas se vieran-, cuando existía la posibilidad de que sus muslos fueran expuestos, él tomaba medidas y los ocultaba.
Footnotes:
[1] Una lección interpretada de esta historia era que constituía un signo de que sus suegros serían enterrados a su lado cuando murieran. pero su yerno sería enterrado un tanto apartado, como verdaderamente sucedió. (Fath-Al-Bari)
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