Ateísmo (parte 1 de 2): Negar lo innegable
Descripción: Puede que la persona niegue la existencia de Dios; pero, en lo profundo de su ser, sabe que es un hecho innegable.
- Por Laurence B. Brown, MD
- Publicado 13 Dec 2010
- Última modificación 12 Jan 2014
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“La mayor tragedia en la vida es perder a Dios y no echarlo de menos”.
—F.W. Norwood
Los ateos pueden afirmar que no reconocen la existencia de Dios, pero la opinión de algunos cristianos y musulmanes es que, en algún nivel, incluso el ateo confirmado afirma la presencia de Dios. La conciencia innata pero olvidada de Dios, típicamente sale a flote en la conciencia del ateo sólo en momentos de gran preocupación, como lo ejemplifica un dicho de la Segunda Guerra Mundial: “No hay ateos en una trinchera”[1].
Es innegable que hay momentos –ya sea durante los días de agonía de una enfermedad prolongada, los momentos aparentemente eternos de un asalto violento y humillante, o la fracción de segundo en que se anticipa el impacto de un choque inminente de autos– cuando todo ser humano reconoce la realidad de la fragilidad humana y la falta de control del hombre sobre el destino. ¿A quién implora ayuda una persona en tales circunstancias sino al Creador? Tales momentos de desesperación recuerdan a cada persona, desde el erudito religioso hasta el ateo profeso, la dependencia de la humanidad de una realidad mucho más grande que nosotros mismos. Una realidad mucho más grande en conocimiento, poder, voluntad, majestuosidad y gloria.
En esos momentos de angustia, cuando todos los esfuerzos humanos han fallado y ningún elemento de existencia material puede preverse para proporcionar comodidad o rescate, ¿a Quién llama una persona instintivamente? En esos momentos de prueba, ¿cuántos llamamientos inducidos por la angustia son hechos a Dios, complementados con promesas de fidelidad para toda la vida? Sin embargo, ¿cuán pocas se mantienen?
Sin duda, el día de mayor aflicción será el Día del Juicio, y una persona sería desafortunada al estar en posición de conocer la existencia de Dios por primera vez ese día. La poetisa inglesa Elizabeth Barrett Browning, habló de la ironía de la apelación humana en la dificultad en El Lamento del Humano:
“Y los labios dicen ‘desgraciado sea Dios’,
Quien nunca dijo ‘alabado sea Dios’.
El ateo reflexivo, lleno de escepticismo pero temeroso de la posibilidad de la existencia de Dios y del Día del Juicio, tal vez quiera considerar la “oración del escéptico” como sigue:
“Oh Dios –si es que hay un Dios–,
Salva mi alma –si es que tengo una–”[2].
Frente a la creencia bloqueada por el escepticismo, ¿cómo puede una persona equivocarse con la oración anterior? En el caso de que los ateos continúen en su incredulidad, no serán peores que antes; y para el caso de que la creencia haga una aparición sincera, Thomas Jefferson tenía lo siguiente que decir:
“Si encuentras razones para creer que hay un Dios, una conciencia de que estás actuando bajo Su ojo, y que Él te aprueba, habrá una motivación mucho mayor: Si habrá un estado futuro, la esperanza de una existencia feliz en él incrementa el apetito de merecerlo…”[3].
Puede sugerirse que si un individuo no ve la evidencia de Dios en la magnificencia de Su creación, haría bien en dar una segunda mirada. Como se reporta que comentó Francis Bacon: “Prefiero creer en todas las fábulas de las leyendas, y el Talmud, y en Alcorán (es decir, el Corán), que en que esta estructura universal existe sin una voluntad”[4]. Y luego comentó: “Dios nunca hace milagros para convencer a los ateos, porque sus obras ordinarias son convincentes”[5]. Digno de contemplación es el hecho de que aún los elementos más simples de la creación de Dios, aunque tal vez sean obras ordinarias en Sus términos, son milagros en los nuestros. Tomemos el ejemplo de un animal tan pequeño como una araña. ¿Alguien realmente cree que una criatura tan extraordinariamente intrincada evolucionó a partir de una sopa o caldo primordial? Sólo uno de estos pequeños milagros puede producir hasta siete tipos diferentes de seda, algunos tan delgados como la longitud de onda de la luz visible, pero más resistentes que el acero. Estas sedas van de filamentos elásticos, tanto adhesivos como no adhesivos para trazar las líneas e hilos de la estructura, a la seda para envolver a la presa, para hacer el saco de huevos, etc. La araña puede, a voluntad, no sólo decidir cuál de los siete tipos de seda fabricar, sino reabsorberla, descomponerla y rehacerla, haciendo autorreciclaje de los elementos componentes. Y esta es sólo una pequeña faceta del milagro de la araña.
Y aun así, el ser humano se eleva a los niveles de la arrogancia. Un momento de reflexión debe inclinar los corazones a la humildad. Al mirar un edificio, una persona piensa en el arquitecto; al mirar una escultura, la persona instantáneamente comprende que hubo un artista. Pero al examinar las complejidades elegantes de la creación, desde la complejidad y equilibrio de la física de partículas nucleares a la inmensidad del espacio desconocido, una persona concibe… ¿nada? Rodeados de un mundo de complejidades sincronizadas, nosotros, como humanidad, no podemos ni siquiera ensamblar el ala de un mosquito. ¿Y aun así el mundo entero y todo el universo existen en un estado de orquestación perfecta como producto de accidentes aleatorios que modelaron el caos cósmico en una perfección balanceada? Algunos votan por el azar; otros, por la creación.