El Hayy – El viaje de toda una vida (parte 1 de 2): El Día de Arafat
Descripción: Una quinta parte de la humanidad comparte una misma aspiración: Completar, al menos una vez en la vida, un viaje espiritual llamado Hayy. Primera parte: Introducción al Hayy y algunos de los ritos previos al día mismo del Hayy.
- Por Nimah Ismail Nawwab (editado por M. Abdulsalam)
- Publicado 31 Mar 2008
- Última modificación 03 Jun 2024
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El Hayy, o peregrinación a La Meca, una obligación esencial del Islam cuyos orígenes se remontan al Profeta Abraham, une a los musulmanes de todas las étnias y lenguas en una de las experiencias espirituales más conmovedoras de toda la vida.
Durante 14 siglos, millones y millones de musulmanes, hombres y mujeres de los cuatro rincones del planeta, han realizado su peregrinación a La Meca, el lugar de nacimiento del Islam. Al cumplir con esta obligación, están cumpliendo uno de los cinco “pilares” del Islam, u obligaciones religiosas centrales de todo creyente.
Los musulmanes remontan el origen de esta peregrinación devocional al Profeta Abraham. Según el Corán, fue Abraham quien, junto con Ismael, construyó la Ka’bah, “la Casa de Dios”, en cuya dirección los musulmanes oran cinco veces al día. Fue Abraham también quien estableció los ritos del Hayy, que recuerdan hechos o prácticas de su vida y de la de Hagar y su hijo Ismael.
En el capítulo titulado “La Peregrinación”, el Corán habla del mandamiento divino de realizar el Hayy y profetiza sobre la permanencia de este rito:
“Y recuerda cuando establecimos a Abraham junto a la Casa Sagrada [y le ordenamos que la reconstruyera y] que sólo Me adorase a Mi, no Me atribuyera copartícipes y purificase Mi Casa [de la idolatría] para quienes la circunvalen ritualmente, y quienes oren de pie, inclinados y prosternados. Y [también le ordenamos:] convoca a los hombres a realizar la peregrinación; vendrán a ti a pie, o sobre camellos exhaustos de todo lugar apartado.” (Corán 22:26-27)
Cuando el Profeta Muhammad, la paz y la misericordia de Dios sean con él, recibió el llamado divino, las prácticas paganas ya habían ensuciado algunos de los ritos originales del Hayy. El Profeta, según lo ordenó Dios, continuó realizado el Hayy de Abraham luego de restaurar los ritos a su pureza original.
Aún más, el mismo Muhammad instruyó a los creyentes en los rituales del Hayy. Lo hizo de dos maneras: Con el propio ejemplo o aprobando las prácticas de sus Compañeros. Esto le añadió algo de complejidad a los rituales, pero también aumentó la flexibilidad a la hora de llevarlos a cabo, para beneficio de los peregrinos desde ese entonces. Por ejemplo, es lícito tener alguna variación en el orden en que se llevan a cabo algunos ritos, porque el Profeta así lo aprobó. Por lo tanto, los ritos del Hayy son elaborados, numerosos y variados; a continuación se destacan algunos aspectos de los mismos.
El Hayy a La Meca es una obligación única en la vida para todo hombre o mujer, adultos, y cuyos medios y riqueza le permitan realizarlo, o, según el Corán, para “aquellos que pueden transitar el camino hasta allí”. No es obligatorio para los niños, aunque algunos niños acompañen a sus padres en este viaje.
Antes de partir, el peregrino debe reparar todos los daños, pagar todas las deudas, planificar los fondos suficientes para su viaje y para el sustento de su familia mientras esté fuera y prepararse él mismo para una buena conducta durante todo el Hayy.
Cuando los peregrinos emprenden el viaje del Hayy, siguen los pasos de millones de peregrinos anteriores. Hoy día, cientos de miles de creyentes de más de 70 países llegan a La Meca por tierra, aire y mar todos los años, completando un viaje que ahora es mucho más corto y en muchos aspectos mucho menos arduo que en el pasado.
Hasta el siglo XIX, recorrer la distancia hacia La Meca implicaba a menudo ser parte de una caravana. Había tres caravanas principales: La egipcia, que se formaba en El Cairo; la iraquí, que partía de Bagdad; y la siria, que, después de 1453, comenzaba en Estambul, reunía peregrinos en el camino, y proseguía hacia La Meca desde Damasco.
Como el viaje del Hayy llevaba meses si todo salía bien, los peregrinos llevaban consigo las provisiones necesarias para mantenerse durante el viaje. Las caravanas estaban muy bien aprovisionadas con todo lo necesario y también con seguridad para las personas si los que viajaban eran ricos, pero los pobres a menudo se quedaban sin provisiones y tenían que interrumpir su viaje para trabajar, ganar dinero y así poder continuar. Esto hacía que los viajes duraran mucho más, en algunos casos hasta diez años. Los viajes en esos primeros tiempos estaban llenos de aventuras. Los caminos a menudo eran inseguros debido a los ataques de bandidos. Los terrenos transitados también eran peligrosos y las enfermedades y desastres naturales se cobraban muchas vidas en el camino. Por lo tanto, el regreso de los peregrinos a sus familias era motivo de celebración y agradecimiento por su llegada sanos y salvos.
Atraídos por la mística de La Meca y Medina, muchos occidentales han visitado estas dos ciudades sagradas, donde convergen los peregrinos, desde el siglo XV. Algunos de ellos haciéndose pasar por musulmanes; otros, genuinamente convertidos, llegaron para cumplir con su obligación. Pero todos parecen haberse conmovido por su experiencia, y muchos dan cuenta de sus impresiones del viaje y de los rituales del Hayy en fascinantes relatos. Existen muchos diarios de viaje del Hayy, escritos en lenguas tan diversas como los peregrinos mismos.
La peregrinación tiene lugar cada año entre el 8 y el 13 de Dhul-Hiyyah, el mes 12 del calendario lunar musulmán. Su primer ritual es vestir los ropajes del ihram.
El ihram, usado por los hombres, es una prenda blanca sin costuras compuesta de dos piezas de tela o toalla; una cubre el cuerpo de la cintura hacia abajo, hasta debajo de las rodillas, y la otra va sobre los hombros. Esta prenda fue usada por Abraham y Muhammad. Las mujeres se visten a su manera habitual pero sin lujos. Los hombres deben llevar la cabeza descubierta; tanto hombres como mujeres pueden llevar una sombrilla para cubrirse del sol.
El ihram es un símbolo de pureza y de renuncia al mal y a los asuntos mundanos. También indica la igualdad de todas las personas ante los ojos de Dios. Cuando el peregrino usa este atuendo blanco, ingresa en un estado de pureza que prohíbe las disputas, cometer actos de violencia contra hombres o animales y mantener relaciones conyugales. Una vez que el peregrino viste su ropa de Hayy, no puede afeitarse, recortarse las uñas ni usar ningún tipo de joya, y debe mantener puesta esta prenda sin costuras hasta el final de la peregrinación.
El peregrino que ya está en La Meca comienza su Hayy desde el momento en que viste el ihram. Algunos peregrinos que vienen desde lejos pueden haber ingresado a La Meca antes con su ihram y lo siguen usando. La vestimenta del ihram va acompañada de la invocación principal del Hayy, la talbiyah:
“¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! ¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! No tienes asociados (en tu divinidad); ¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! La alabanza y el dominio te pertenecen. No tienes asociado (en tu divinidad).”
Los cánticos poderosos y melodiosos de la talbiyah resuenan no sólo en La Meca sino también en otras locaciones sagradas cercanas relacionadas con el Hayy.
El primer día del Hayy, los peregrinos parten de La Meca hacia Mina, un pequeño pueblo deshabitado al este de la ciudad. A medida que se acercan a Mina, los peregrinos pasan su tiempo meditando y orando, tal como lo hacía el Profeta en su peregrinación.
Durante el segundo día, el 9 de Dhul-Hiyyah, los peregrinos parten de Mina hacia el valle de Arafat donde descansan. Este es el rito central del Hayy. A medida que se congregan allí, la reunión de los peregrinos les recuerdan el Día del Juicio. Algunos de ellos se reúnen en el Monte de la Piedad, donde el Profeta dio su inolvidable Sermón de Despedida, enunciando extensas reformas religiosas, económicas, sociales y políticas. Son horas de mucha emoción, en las que los peregrinos adoran y suplican. Derraman muchas lágrimas pidiendo el perdón de Dios. En este sitio sagrado, llegan a la culminación de sus vidas religiosas al sentir la presencia y la cercanía de un Dios misericordioso.
La primera mujer inglesa en realizar el Hayy, Lady Evelyn Cobbold, describió en 1934 las sensaciones que experimentan los peregrinos en Arafat.
“Haría falta una pluma maestra para describir la escena, de extrema intensidad, del gran viaje de la humanidad y del que yo fui apenas una pequeña parte, completamente perdida en un entorno de fervoroso entusiasmo religioso. Muchos de los peregrinos derramaban lágrimas por sus mejillas; otros elevaban sus rostros al cielo estrellado que había sido testigo de esta experiencia en siglos anteriores. Los ojos brillantes, los pedidos llenos de pasión, las manos piadosas extendidas en la plegaria me conmovieron como nunca nada lo había hecho antes, y me sentí atrapada en una fuerte ola de exaltación espiritual. Estaba unida al resto de los peregrinos en un sublime acto de completa sumisión a la voluntad suprema que es el Islam”.
Ella continúa describiendo la cercanía que sienten los peregrinos con el Profeta mientras están en Arafat:
“…al estar parada junto al pilar de granito, me siento en tierra sagrada. Veo con el ojo de mi mente al Profeta dando sus últimas palabras, hace más de trece siglos, frente a multitudes llenas de lágrimas. Visualizo perfectamente a los miles de predicadores que han hablado frente a millones que se reunieron en el vasto valle; pues esta es la escena culminante de la Gran Peregrinación”.
Se dice que el Profeta le ha pedido perdón a Dios por los pecados de los peregrinos reunidos en Arafat, y que su deseo fue concedido. Por lo tanto, los peregrinos llenos de esperanza se preparan para irse de este valle llenos de gozo, sintiéndose renacidos y sin pecados y con la intención de dar vuelta una nueva hoja.
El Hayy – El viaje de toda una vida (parte 2 de 2): Los ritos de Abraham
Descripción: Una quinta parte de la humanidad comparte una misma aspiración: Completar, al menos una vez en la vida, un viaje espiritual llamado Hayy. Segunda Parte: La procesión de Arafat hasta el último de los Ritos, y un Hayy aceptado por el Todopoderoso.
- Por Nimah Ismail Nawwab (editado por M. Abdulsalam)
- Publicado 31 Mar 2008
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Justo después del atardecer, la masa de peregrinos prosigue hacia Muzdalifah, una planicie abierta a mitad de camino entre Arafat y Mina. Allí oran primero y luego recogen una cantidad fija de piedras del tamaño de un guisante para utilizar en los días subsiguientes.
Antes del alba, al día siguiente, los peregrinos avanzan en masa de Muzdalifah a Mina. Allí arrojan las piedras recogidas contra los pilares blancos, una práctica asociada con el Profeta Abraham. Al arrojar las siete piedras contra cada uno de los pilares, los peregrinos recuerdan el relato del intento de Satán de persuadir a Abraham para que ignore el mandamiento de Dios de sacrificar a su hijo.
Arrojar las piedras es un símbolo del intento de los seres humanos de alejar el mal y el vicio, no una sino siete veces – siendo que el número siete simboliza la infinidad.
Luego de arrojar las piedras, la mayoría de los peregrinos sacrifican una cabra, oveja o algún otro animal, tras lo cual dan la carne a los pobres, y en algunos casos, guardan una pequeña parte para consumo propio.
Este rito está asociado con la voluntad que Abraham demostró para sacrificar a su hijo según el deseo de Dios. Simboliza la voluntad del musulmán para abandonar lo que es más preciado y nos recuerda del espíritu del Islam, en el que la sumisión a Dios juega un papel preponderante. Este acto también le recuerda al peregrino que debe compartir los bienes mundanos con los menos afortunados, y sirve de ofrenda para dar gracias a Dios.
En esta etapa, como los peregrinos ya han completado una gran parte del Hayy, pueden abandonar el ihram y ponerse su ropa habitual. En este día, los musulmanes de todo el mundo comparten la felicidad que sienten los peregrinos y se unen a ellos realizando sacrificios idénticos e individuales en una celebración mundial llamada ‘Eid al-Adha, “el Festival del Sacrificio”. Los hombres se afeitan la cabeza o se cortan el cabello y las mujeres se recortan un mechón simbólico, para marcar su liberación parcial. Esto se hace en símbolo de humildad. Todas las proscripciones, excepto la de mantener relaciones conyugales, se levantan.
Aún en viaje a Mina, los peregrinos visitan La Meca para realizar otro rito esencial del Hayy: El tawaf, las siete vueltas alrededor de la Kaaba, con una plegaria recitada durante cada circuito. La circunvalación a la Kaaba, el símbolo de la unicidad de Dios, implica que toda actividad humana debe tener a Dios en el centro.
Thomas Abercrombie, un musulmán converso, escritor y fotógrafo de la revista Nacional Geographic, realizó el Hayy en la década del ‘70 y describió la sensación de unidad y armonía que sienten los peregrinos durante este recorrido:
“Siete veces giramos en torno a la Kaaba repitiendo las devociones rituales en árabe: ‘Señor, desde tan distantes lugares hemos llegado.... garantízanos seguridad bajo tu Trono’. Capturados allí girando, elevados por la poesía de las oraciones, giramos en torno a la casa de Dios como lo hacen los átomos, en armonía con los planetas”.
Al hacer sus circuitos, los peregrinos pueden besar o tocar la Piedra Negra. Esta piedra oval, montada por primera vez en un marco de plata en el siglo XVII, tiene un lugar especial en los corazones de los musulmanes pues, según algunos dichos del Profeta, es el único resto de la estructura original construida por Abraham e Ismael. Pero quizás la razón más importante para besar la roca es porque el Profeta lo hizo.
Sin embargo, no se le asigna ningún significado de devoción a la roca, pues no es, ni nunca lo ha sido, un objeto de adoración. El segundo califa, Umar ibn al-Jattab, lo dejó claro cuando, al besar la roca emulando al Profeta, proclamó:
“Sé que no eres más que una roca, incapaz de beneficiar o perjudicar. Si no hubiera visto al Mensajero de Dios besarte – la paz y las bendiciones de Dios desciendan sobre él – no te besaría”
Luego de completar el Tawaf, los peregrinos oran, preferentemente tras la Estación de Abraham, el sitio donde Abraham se paró mientras construía la Kaaba. Luego se bebe el agua de Zamzam.
Otro rito, y a veces final, es el sa’i o “corrida”. Se trata de una dramatización de un episodio memorable de la vida de Hagar, quien fue llevada a lo que el Corán llama el “valle árido” de La Meca, con su pequeño hijo Ismael, para establecerse allí.
El sa’i conmemora a Hagar y su frenética búsqueda de agua para saciar la sed de Ismael. Fue y volvió siete veces entre dos colinas rocosas, al-Safa y al-Marwah, hasta que encontró el agua sagrada conocida como Zamzam. Esta agua, que fluía milagrosamente a los pies del pequeño Ismael, provenía de los mismos manantiales del agua que beben los peregrinos hoy.
Una vez que se culminan estos ritos, los peregrinos están totalmente liberados: Pueden retomar todas las actividades normales. Luego regresan a Mina, donde permanecen hasta el 12 o 13 del mes de Dhul-Hiyyah. Allí arrojan las piedras sobrantes contra cada uno de los pilares en la manera practicada o aprobada por el Profeta. Luego se despiden de los amigos que conocieron durante el Hayy. Sin embargo, antes de partir de La Meca, los peregrinos realizan un tawaf final en torno a la Kaaba para decirle adiós a la Ciudad Sagrada.
A menudo los peregrinos realizan la umrah, o “peregrinación menor” antes o después del Hayy, conocido como la “peregrinaciòn mayor”. La umrah está establecida por el Corán y fue realizada por el Profeta. La umrah, a diferencia del Hayy, tiene lugar solamente en La Meca y puede realizarse en cualquier época del año. El ihram, la talbiyah y las restricciones requeridas por el estado de consagración son igualmente esenciales en la umrah, que también comparte otros tres rituales con el Hayy: El tawaf, el sa’i y afeitarse o recortarse el cabello. El cumplimiento de la umrah por parte de peregrinos y visitantes simboliza la veneración de la santidad única de La Meca.
Antes o después de ir a La Meca, los peregrinos aprovechan la oportunidad que les brinda el Hayy o la Umrah para visitar la Mezquita del Profeta en Medina, la segunda ciudad sagrada en orden de importancia en el Islam. Aquí, el Profeta está enterrado en una tumba sencilla. La visita a Medina no es obligatoria, pues no es parte del Hayy o de la Umrah, pero la ciudad – que le dio la bienvenida a Muhammad cuando emigró allí desde La Meca – es rica en recuerdos conmovedores y sitios históricos que lo evocan como Profeta y ser humano.
En esta ciudad, amada por los musulmanes durante siglos, la gente siente el efecto de la vida del Profeta. Muhammad Asad, un judío austriaco convertido al Islam en 1926 y que hico cinco peregrinaciones entre 1927 y 1932, comenta lo siguiente sobre ese aspecto de la cuidad:
“Aún trece siglos después, la presencia espiritual [del Profeta] está casi tan viva como en ese entonces. Fue gracias a él que un grupo de aldeas esparcidas llamadas Yazrib en un tiempo se convirtieron en una ciudad y ha sido amada por todos los musulmanes hasta este día como ninguna otra ciudad en el mundo ha sido amada jamás. Ni siquiera tenía nombre propio: Durante más de mil trescientos años, fue llamada Madinat an-Nabi: ‘la Ciudad del Profeta’. Durante más de mil trescientos años, ha convergido aquí tanto amor que todas las formas y movimientos han adquirido una especie de semejanza familiar, y todas las diferencias de aspecto encuentran una transición tonal hacia una armonía común”.
Cuando los peregrinos de distintas etnias y lenguas regresan a sus casas, llevan consigo hermosos recuerdos de Abraham, Ismael, Hagar y Muhammad. Siempre recordarán ese encuentro universal, donde pobres y ricos, blancos y negros, jóvenes y ancianos, se reúnen por igual.
Regresan con un sentido de admiración y serenidad: Admiración por su experiencia en Arafat, al sentirse cerca de Dios pues estuvieron en el sitio donde el Profeta dio su sermón durante su primera y última peregrinación; serenidad por haber dejado sus pecados en ese valle, aliviándose así de tan pesada carga. También regresan con un mejor entendimiento de las condiciones de sus hermanos en el Islam. Por lo tanto, nace un espíritu de solidaridad por los demás y de comprender su propia riqueza que durará todas sus vidas.
Los peregrinos vuelven radiantes de esperanza y gozo, pues han cumplido con la obligación establecida por Dios de realizar esa peregrinación. Por sobre todas las cosas, regresan con una plegaria en los labios: Que Dios acepte su Hayy, y que lo que dijo el Profeta sea cierto sobre su propio viaje individual:
“No existe recompensa para una peregrinación piadosa aparte del Paraíso.” (Al-Tirmidhi)
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